1. La construcción de un imperio empresarial
2. Salto a la política en 1994 al frente de Forza Italia
3. Triunfo electoral y el truncado primer Gobierno de coalición
4. Travesía en la oposición y acoso judicial por casos de corrupción
5. Gran victoria sobre el centro-izquierda y retorno al poder en 2001
6. Un dinamismo legislador de signo tendencioso
7. Irak, Europa y el barullo en la Casa de las Libertades
8. Ajustada derrota frente a Prodi en 2006 y tercer plácet en las urnas en 2008
1. La construcción de un imperio empresarial
El mayor de los tres hijos del matrimonio formado por Luigi Berlusconi (1908-1989), empleado de la Banca Rasini, donde llegó al puesto de procurador general, y Rosa Bossi (1911-2008), dedicada a las tareas del hogar y mujer de profundas convicciones católicas, se crió y educó en un ambiente de clase media-alta milanesa, tan estable y próspero como permitían las graves circunstancias nacionales en los agitados años de la guerra y la posguerra. En 1954, una vez completado el bachillerato en el Liceo Classico Sant’Ambrogio, un instituto regido por los Salesianos y conocido por la rigidez de su enseñanza católica, se matriculó en la Facultad de Derecho de la Universidad de Milán, por la que siete años después, en 1961, se sacó la licenciatura summa cum laude con una tesis sobre los aspectos jurídicos de los contratos publicitarios.
Sin embargo, no estaba en el ánimo del inquieto joven milanés convertirse en abogado o en un aburrido funcionario de justicia. Lo suyo era hacer negocios, habilidad que se remontaba a la más tierna infancia, cuando vendía apuntes escolares a sus compañeros de aula. Fuera del colegio, Silvio acrecentaba sus pequeños ahorros vendiendo a domicilio electrodomésticos de la casa Philips y sacando fotos en bodas, bautizos y funerales. Dotado de una aptitud innata para el espectáculo, que tan útil iba a resultarle en su salto a la política cuatro décadas más tarde, y lleno de desparpajo, a los 18 años ganó su primer capital significativo como animador musical y cantante melódico en carnavales, fiestas privadas y cruceros por el Mediterráneo, donde explotó una notable fibra artística. Con 23 años, mientras estudiaba en la Universidad, se contrató como agente inmobiliario, escribiendo el preámbulo de la carrera empresarial más sensacional –y polémica- de la Italia republicana.
El año de su licenciatura Berlusconi puso en marcha Cantieri Riuniti Milanesi (Constructores Asociados Milaneses) en sociedad con el constructor Pietro Canali y en 1963 fundó Edilnord di Silvio Berlusconi & C., teniendo como socios financieros al banquero Carlo Rasini, el patrón de su padre y hombre no exento de controversia por gestionar depósitos pertenecientes a miembros destacados de la mafia siciliana, y al abogado Carlo Rezzonico, apoderado de una firma financiera con sede en Lugano. En 1965 contrajo primeras nupcias con la ligur Carla Elvira Lucia Dall'Oglio, con la que tuvo dos hijos, Maria Elvira –llamada familiarmente Marina-, en 1966, y Pier Silvio, alias Dudi, en 1969.
En 1968 Edilnord terminó de edificar un barrio residencial en Brugherio, en las cercanías de Milán, con capacidad para 4.000 habitantes, el primero de su clase en ser equipado con todos los servicios sociales. Al frente de un equipo de jóvenes arquitectos animados por la idea de una "ciudad sin coches", y él mismo fascinado por el modelo de ciudad perfecta presentado por Tomas Moro en su obra Utopía, Berlusconi emprendió una serie de innovadores proyectos urbanísticos dentro y fuera del país. En 1969, su nueva constructora, Edilnord Centri Residenziali (Edilnord 2), montada con su prima Lidia Borsani, levantó en la comuna de Segrate la ciudad dormitorio Milano 2, con capacidad para 10.000 habitantes, a la que en 1973 siguió Milano 3, para 12.000.
A mediados de los años setenta Berlusconi expandió sus intereses empresariales al mundo de la comunicación, aunque no por ello interrumpió una intensa actividad en el sector inmobiliario, donde fundó la sociedad limitada Italcantieri en 1973 y la Immobiliaria San Martino en 1974, amén de ser, según parece, el artífice de todo un ramillete de sociedades mercantiles que legalmente le eran ajenas, merced a una intrincada madeja de testaferros de toda confianza. El caso era que el emprendedor treintañero milanés parecía gozar de una financiación sin límites, facilitada por ricos amigos prestamistas e inversionistas, y por diversas corporaciones, algunas apenas conocidas y envueltas en una bruma de misterio.
En 1974 los prebostes milaneses Giacomo Properzj y Alceo Moretti organizaron para él la cadena de televisión por cable Telemilanocavo, que empezó dando servicio exclusivo a Milano 2 antes de retransmitir por antena al resto de Lombardía con el nombre de Telemilano 58. En 1977, año en que recibió el título de cavaliere del lavoro de manos del presidente de la República, Giovanni Leone, Berlusconi compró participaciones en el periódico Il Giornale, que posteriormente adquirió a su editor fundador, el periodista Indro Montanelli.
En septiembre de 1980 Berlusconi orquestó el nacimiento en Milán de una televisión de difusión nacional con contenidos generalistas orientados a una audiencia familiar, Canale 5, fruto de la fusión de Telemilano 58 y otras cuatro cadenas regionales del norte de Italia, TeleEmiliaRomagna, Tele Torino International, VideoVeneto y A&G Television. Para surtir de programas y productos publicitarios a Canale 5, Berlusconi fundó junto con Marcello dell'Utri, su mejor amigo de la universidad y administrador de la Immobiliaria San Martino, las empresas Reteitalia y Publitalia 80. En 1981 les siguieron Programma Italia y Videotime.
Fue también en 1980 cuando Berlusconi abrió un nuevo capítulo en su vida sentimental al conocer y quedarse prendado de la boloñesa Veronica Lario, una actriz de películas y teleseries de bajo presupuesto y ocasionalmente de teatro –se asegura que el flechazo surgió al verla interpretar la comedia El magnífico cornudo en el teatro Manzoni de Milán-, a la que sacaba 20 años. El empresario emprendió con Lario una relación extramarital que en julio de 1984 fructificó con el nacimiento de una niña, Barbara, a la que no dudó en reconocer.
La paternidad de su esposo con otra mujer hizo insostenible el matrimonio de Carla Dall'Oglio, que obtuvo el divorcio en 1985; entonces, Berlusconi y Lario pudieron sacar a la luz su amor clandestino, si bien ella optó por poner término a su corta, y en opinión de algunos críticos, prometedora carrera cinematográfica. La pareja formalizó su relación con un matrimonio civil celebrado el 15 de diciembre de 1990 en el Ayuntamiento de Milán teniendo y oficiado por el alcalde Paolo Pillitteri, aunque antes engendraron otros dos retoños, Eleonora, en 1986, y Luigi, en 1988.
En 1983 y 1984 Berlusconi agrandó su propiedad televisiva con Italia 1 y Rete 4 (o Retequattro), comprándoselas respectivamente al editor Edilio Rusconi y al grupo Mondadori. Canale 5, Italia 1 y Rete 4, multiplicando sus emisiones a través de una red de televisiones locales y colocadas bajo la titularidad de la empresa Mediaset –constituida como sociedad anónima en septiembre de 1993-, pusieron fin al monopolio de la RAI y consiguieron superar en audiencia a la televisión estatal con una parrilla dominada por los concursos, los seriales, los shows de variedades y otros programas de distracción.
La RAI llevó a Mediaset a los tribunales en 1984 porque sus tres canales se dedicaban a emitir en interconexión, es decir, simultáneamente, los mismos programas en todo el territorio nacional, lo que constituía una flagrante violación de la legislación vigente. En octubre de aquel año la justicia falló a favor del demandante y Mediaset fue forzada a cerrar por orden de tres magistrados de Roma, Pescara y Turín varios estudios de grabación y repetidores de señal; pero entonces, de la manera más precipitada, acudió al rescate de Berlusconi el primer ministro Bettino Craxi, quien por la vía del decreto urgente subsanó la ilegalidad en que estaba incurriendo el grupo mediático privado. El escándalo fue mayúsculo. Desafiando la tormenta política que su decisión había provocado, Craxi llegó a amenazar a sus socios en el Ejecutivo con abrir una crisis de gobierno y forzar elecciones anticipadas si sus respectivos partidos no convalidaban el decreto en el Parlamento.
Esta no fue más que la primera y más descarada de una serie de intervenciones políticas del poderoso líder del Partido Socialista (PSI) -junto con la Democracia Cristiana (DC), pilar del sistema de gobierno vigente desde la proclamación de la República en 1946- en favor del empresario y paisano milanés, al que le unía una estrecha amistad desde su etapa en común en la Universidad; sin ir más lejos, Craxi acababa de hacer de padrino en el bautizo de Barbara Berlusconi y seis años después iba a ser el invitado de honor en la boda con Lario.
Meses antes de este enlace, el grupo socialista, junto con el del Partido Republicano Italiano (PRI), impulsó en el Parlamento la aprobación de una ley, la llamada Ley Mammì, que regulaba la cuota de mercado de los dos grupos televisivos, el del Estado y el privado de Berlusconi (la ley le permitía poseer un máximo de tres televisiones, precisamente las que tenía), instituyendo un duopolio de hecho en la televisión italiana. Para entonces, las televisiones de Mediaset concentraban, en horario de prime time, el 45% de la audiencia y el 60% de los ingresos por publicidad.
En 1985 Berlusconi se asoció con los empresarios franceses Jerome Seydoux y Christopher Riboud para licitar en el concurso abierto por el Gobierno de Francia, presidido por el socialista Laurent Fabius, para la adjudicación en el país vecino de dos canales de televisión privados. El fruto de esta colaboración, France Cinq, constituida con un paquete accionarial paritario del 40%, se hizo con la licencia, tal que en febrero de 1986 comenzó sus emisiones La Cinq, conformada según el modelo de Canale 5.
Tras experimentar diversas vicisitudes, y acosada por la hostilidad manifiesta del nuevo Gobierno conservador de Jacques Chirac, La Cinq entró en suspensión de pagos y terminó por desaparecer en 1992, pero para entonces Berlusconi ya había diversificado sus inversiones en el sector televisivo europeo, en proceso de liberalización en varios países, con la adquisición de amplios paquetes accionariales en la francesa TF1, la alemana Tele 5 y la española Telecinco, de la que fue socio fundador en 1990 a través del grupo Gestevisión-Telecinco. En España, Berlusconi ya era, desde 1985, el dueño de los madrileños Estudios Roma.
También en 1990, Mediaset fundó sin salir de Italia la televisión de pago Telepiù, en sociedad con Vittorio Cecchi Gori y Leo Kirch, que empezó a emitir en junio de 1991. El circuito de televisiones locales Italia 7 quedo asimismo bajo su control, y en 1992 el grupo adquirió los derechos de retransmisión del Giro de Italia. Los intereses del empresario italiano en el sector audiovisual europeo alcanzaron a los Países Bajos (Cinema 5) y Polonia (Polonia 1).
La voracidad empresarial de Berlusconi tenía vocación multisectorial. En febrero de 1986 compró el club de fútbol A. C. Milan, que atravesaba por una difícil situación económica, y el 24 de marzo se erigió en su presidente. Tras tapar los agujeros contables del club, Berlusconi contrató como entrenador a Arrigo Sacchi y fichó al trío de jugadores holandeses Marco van Basten, Ruud Gullit y Frank Rijkaard. La renovación de la plantilla no tardó en dar sus frutos: el Milan ganó la Liga Calcio en la temporada 1987-1988 tras nueve años de sequía de títulos, la Supercopa de Italia en su primera edición de 1988, las Copas de Europa de 1989 y 1990, las Supercopas de Europa de 1990 y 1991, y la Copa Intercontinental en 1989 y 1990.
El palmarés sumó nuevos títulos en los años siguientes, prolongando una impresionante secuencia de triunfos deportivos que disparó hasta las nubes la popularidad de Berlusconi en Italia en general y Lombardía en particular. No contento con hacer negocio con el fútbol, el magnate empezó a adquirir clubes de otras modalidades deportivas, como el rugby, el voleibol, el hockey sobre hielo y el béisbol.
Hasta su entrada en la política en 1994, Berlusconi incorporó a su ingente patrimonio la cadena de grandes almacenes Standa –la mayor del país, comprada a Montedison en 1988-, las salas de exhibición cinematográfica de Cannon, los Supermercados Brianzoli y la cadena de videoclubes Blockbuster, entre otros negocios. En diciembre de 1989, imponiéndose provisionalmente en una dura batalla al magnate rival Carlo De Benedetti, propietario del gigante manufacturero Olivetti y con el que ya venía manteniendo un litigio en los tribunales por la posesión de la compañía agro-alimentaria SME, Berlusconi se adueñó de Mondadori, el primer grupo editorial y periodístico italiano, que en sociedad con el Grupo L’Espresso publicaba el periódico La Repubblica y los semanarios L’espresso, Epoca y Panorama. El 25 de enero de 1990, coronando su emporio mediático, Il Cavaliere, en tanto que accionista mayoritario, obtuvo para sí la presidencia del consejo de administración de Mondadori, más seis de los ocho consejeros.
Hasta que la guerra en los tribunales quedó zanjada en abril de 1991 con la cesión amistosa deLa Repubblica y L’espresso a De Benedetti (él se quedó con la editorial de libros y revistas, que posteriormente hizo absorber a un sello editorial propio montado años atrás, Silvio Berlusconi Editore, SBE), Berlusconi reunió en sus manos el control del 40% de todos los diarios italianos, el 53% de los semanarios y el 55% de toda la publicidad difundida en prensa, radio y televisión.
Meses antes de desprenderse de estas dos publicaciones de prensa, en agosto de 1990, Berlusconi ya había tenido que ceder la propiedad de Il Giornale, pero esta vez de manera forzosa. Fue en cumplimiento de la cláusula antitrust de la ya comentada Ley Mammì, aprobada a instancias del Gobierno que presidía el democristiano Giulio Andreotti, que prohibía la edición de periódicos a los grupos televisivos. Entonces, la opinión pública italiana consideró que el rey de la televisión privada o Sua Emittenza, como mordazmente era llamado también, pagaba un módico precio a cambio de la consagración legal de su imperio audiovisual; además, el paquete mayoritario de las acciones de Il Giornale no fue a parar a unas manos precisamente extrañas: el nuevo dueño del diario milanés resultó ser el propio hermano de Berlusconi, 13 años más joven que él, Paolo, quien se limitó a recoger la titularidad de su deudo y jefe empresarial.
El conglomerado Fininvest (Financiera de Inversión), creado por Berlusconi en 1978 con un estatuto de sociedad anónima, cumplió la función de integrar, a lo largo de su trayectoria empresarial, sus múltiples propiedades y participaciones en los sectores de la construcción (Edilnord), la televisión (Mediaset, con un 100% de participación por el momento), la prensa escrita (Il Giornale), la edición de libros (Mondadori), el deporte (A. C. Milan), los seguros y los servicios financieros (Mediolanum Assicurazioni) y los grandes almacenes (Standa), por citar sólo los negocios más emblemáticos.
Semejante concentración de poder económico, particularmente en su dimensión mediática y cultural, generó en Italia una polémica constante, con un sinfín de denuncias y críticas que arremetían contra la rapacidad del empresario, sus maniobras poco ortodoxas, su afición a tejer marañas societarias, sus amistades más que turbias y sus aparentes pretensiones oligopólicas y monopolísticas, y que advertían contra su inquietante compadreo con destacadas figuras y sectores de los poderes públicos, todo ello en perjuicio de la transparencia y el pluralismo propios de una sociedad democrática.
Aparte de sus estrechas relaciones con el PSI de Craxi, de sobra conocidas, Berlusconi dio pábulo a abundantes conjeturas sobre otros posibles contactos, estos ya clandestinos, con poderosas esferas no gubernamentales pero capaces de ejercer un influjo fundamental en la política y la economía de la Italia del momento. En marzo de 1981 su nombre apareció en una lista de cerca de un millar de miembros de la logia masónica Propaganda 2 (P2), una organización secreta, de tenebrosa reputación por su implicación en conspiraciones de signo ultraderechista, actos terroristas y escándalos financieros como la quiebra del Banco Ambrosiano, obtenida por la Policía en el registro de la vivienda de su jefe, el "maestro venerable" Licio Gelli, antiguo agente de inteligencia de Mussolini, anticomunista activo y uno de los personajes más siniestros de la Italia de la posguerra.
Hasta el día de hoy, numerosos periodistas e investigadores –lo que a algunos de ellos les ha acarreado sendas denuncias por libelo- han sostenido como hechos incuestionables que el empresario se afilió a la P2 en 1978, que poseyó el carné número 1.816 y que mantuvo trato personal con Gelli. Berlusconi declaró bajo juramento a un tribunal de Verona que investigaba las ramificaciones de la logia ilegalizada que no recordaba la fecha exacta de su inscripción, que ésta se había producido "poco antes del escándalo" de 1981 y que nunca había hecho aportaciones económicas.
Sin embargo, este testimonio contradijo ciertos datos sacados en claro por una comisión parlamentaria de investigación, que entre otros aspectos determinó el pago de 100.000 liras en concepto de cuota de alta. A la luz de estas evidencias, en 1990 el Tribunal de Apelación de Venecia halló a Berlusconi culpable de un delito de perjurio, pero el empresario eludió la condena al beneficiarse de una amnistía colectiva dictada por el Gobierno y que prescribía cualquier posible delito en relación con las actividades ilícitas de la P2 a sus antiguos miembros numerarios. Años después, el empresario iba a recordar su paso por la P2 con un tono de disculpa: "Creí que Gelli era bueno, pero luego descubrí la verdad". Aquella no fue la primera condena judicial que recibía el empresario. En diciembre de 1987 ya había sido encontrado culpable en un caso de fraude y condenado a 16 meses de prisión, con resultado inocuo: la sanción se diluyó en el marasmo de las apelaciones y la lentitud burocrática de la maquinaria judicial.
2. Salto a la política en 1994 al frente de Forza Italia
Largamente tentado a entrar en la política profesional, Berlusconi encontró la ocasión propicia en 1993, un año especialmente convulso en la historia republicana por las actuaciones de la judicatura nacional, la cual, dentro de un vasto operativo investigador que dio en llamarse Mani Pulite (Manos Limpias), procesó, mandó encarcelar y llevó a juicio a la flor y la nata de la corrupta partitocrazia tradicional, siendo las consecuencias el colapso o la extinción de la DC, el PSI y sus adláteres habituales –republicanos, liberales y socialdemócratas-, y la sumersión del sistema de partidos italiano en un caos seguido de un vacío que otras fuerzas políticas, hasta entonces minoritarias o marginadas de las instituciones, se aprestaron a llenar.
El beneficiado natural por este naufragio, que ya estaba teniendo una dimensión electoral, era el antiguo Partido Comunista Italiano (PCI), refundado en 1991 como Partido Democrático de la Izquierda (PDS, socialdemócrata), lo que espantaba a los poderes fácticos conservadores atrincherados en la parapolítica, la gran empresa y el mundo financiero. El desafuero parlamentario de Craxi y su procesamiento en varios sumarios por el cobro de comisiones ilegales privó a Berlusconi de su gran aliado en la alta política, pero era toda una casta de gobernantes acostumbrados a traficar con influencias y favores en beneficio suyo y de intereses privados de terceros la que quedaba apartada de circulación.
Peor aún, Fininvest empezó a ser investigado a fondo por los jueces anticorrupción ante el aluvión de indicios, en ocasiones facilitados en sus declaraciones por funcionarios procesados, sobre prácticas de soborno, habituales al parecer, por parte de altos directivos del holding. En octubre, el acoso de la magistratura y el fuerte endeudamiento de la macrosociedad empujaron a Berlusconi a nombrar un nuevo consejero delegado ajeno a la estructura hasta entonces cerradamente familiar y amistosa, prácticamente de clan, de Fininvest; el escogido fue Franco Tatò, consejero delegado de SBE y de Mondadori.
En suma, Berlusconi tenía ante sí un conjunto de poderosas razones que le animaron a dar un paso osado cuando menos, tratándose del dueño de cuatro cadenas de televisión, del dueño de una de las editoriales europeas con más facturación y, con una fortuna estimada en más de 6.000 millones de dólares, de uno de los hombres más ricos de Italia, si no el que más. A finales de octubre, el magnate empezó a enseñar su cartas con su público respaldo a la Asociación para la Búsqueda del Buen Gobierno, un "movimiento político" anunciado por el politólogo Giuliano Urbani, en lo sucesivo uno de lugartenientes intelectuales. En noviembre, causó un revuelo al pronunciarse en apoyo del secretario general del neofascista Movimiento Social Italiano (MSI), pronto denominado Alianza Nacional (AN), Gianfranco Fini, que aspiraba a la alcaldía de Roma.
En diciembre fueron constituyéndose unos clubes regionales que bajo el nombre de Forza Italia (Adelante Italia) y movilizados al modo de las hinchadas deportivas, procedieron a organizar las bases populares y a reclutar los cuadros inferiores de la futura agrupación política del empresario. Mientras organizaba a marchas forzadas su estructura partidista, Berlusconi, sin éxito, intentaba convencer a los dirigentes de la moribunda DC de la necesidad de formar una amplia coalición de fuerzas de centro y derecha capaz de hacer frente al PDS en las elecciones generales de marzo de 1994, convocadas anticipadamente por el presidente de la República,Oscar Luigi Scalfaro, tras la dimisión acordada del Gobierno técnico que desde abril de 1993 encabezaba Carlo Azeglio Ciampi, ex gobernador del Banco de Italia.
El 26 de enero de 1994, luego de expirar su ultimátum a los renuentes líderes democristianos Mino Martinazzoli y Mario Segni para que le secundaran, y seis días después de aprobar la DC su autodisolución tras más de medio siglo de existencia, Berlusconi, con 57 años, oficializó su entrada en la contienda electoral con una alocución emitida por sus televisiones desde el despacho de su suntuoso palacio dieciochesco cercano a Milán, San Martino de Arcore, adquirido en 1973 a una familia de la nobleza lombarda, los Casati Stampa di Soncino.
Con tono solemne y providencial, en un discurso perfectamente hilado, el magnate explicaba que irrumpía en la política nacional porque no quería vivir "en un país no liberal, gobernado por fuerzas inmaduras y por hombres completamente ligados a un pasado política y económicamente fracasado". El partido Forza Italia (FI) nacía con la misión de liderar una "alianza por las libertades" que resultaba "indispensable para oponerse al cártel izquierdista" que el PDS y sus acólitos representaba. Para poder realizar esta empresa, Berlusconi renunciaba con carácter inmediato a todos sus cargos en Fininvest. En efecto, el 29 de enero la titularidad del holding fue asumida por el hasta ahora vicepresidente, Fedele Confalonieri. Sin embargo, Berlusconi retuvo la presidencia del A. C. Milan, y además quedó sin aclarar qué sucedía con sus abundantísimos paquetes accionariales, más allá de si ostentaba o no cargos estatutarios en las empresas de las que era partícipe.
El programa electoral de FI, comunicado por su artífice con las dotes de un avezado showman y promocionado por su agencia Publitalia como un producto estrella de la mercadotecnia, arropándolo con un espectacular despliegue mediático, se basaba en la defensa a ultranza de las libertades personales y económicas y de los valores tradicionales, la reducción del déficit público ("hay que administrar el Estado como se administra una empresa o una familia"), la creación de empleo (el paro superaba ya el 11%) y la lucha contra la Mafia y la corrupción.
Berlusconi, secundado por una cohorte de lugartenientes reclutada en las planas mayores de su parque de empresas y en su extensa red de amigos, socios y clientes, se presentaba como un político de nuevo cuño, sin rémoras del pasado, el único líder limpio y capaz de regenerar todo un sistema político diezmado por los procesos penales de unos jueces empeñados en mandar a pique la Tangentopoli ("Sobornópolis") italiana.
El político-empresario aderezó su agresivo discurso con apocalípticas advertencias contra la llegada de un gobierno dominado por los ex comunistas ("si vence la izquierda volverá el estalinismo") y, como resumen de todos sus compromisos, prometió un "nuevo milagro económico italiano", particularmente necesario en una coyuntura recesiva: 1993 había terminado con un crecimiento negativo del PIB del 0,7%, en paralelo a una tasa de inflación del 4,2%. De entrada, estos mensajes resultaban atractivos para los pequeños y medianos empresarios y para los profesionales liberales, afectados por la conflictividad laboral y la presión fiscal, respectivamente, pero FI, como premio a su estrategia transversal, iba a cosechar muchos votos más entre las clases medias asalariadas que hasta ahora habían votado a la DC, al PRI, al PLI e incluso al PSI.
Tras el fracasado sondeo de los sectores centristas surgidos de la disgregación de la DC, Berlusconi fue capaz de articular con las fuerzas más significativas de la derecha y el centroderecha una alianza que, pese a su escasa cohesión interna y a las patentes divergencias ideológicas entre algunos de sus miembros, parecía viable, por lo menos como trampolín para su vertiginoso salto al Palacio Chigi de Roma, residencia del presidente del Consejo de Ministros de la República Italiana. En la Alianza o Polo de la Libertad, Forza Italia concurría amarrado a cuatro partidos: la AN de Fini, la Liga Norte (LN) de Umberto Bossi, el Centro Cristiano Democrático (CCD), una formación menor surgida de la DC que animaban Pier Ferdinando Casini y Clemente Mastella, y la aún más pequeña Unión de Centro (UdC), fundada por Alfredo Biondi y Raffaele Costa a raíz de la desaparición del PLI.
El problema lo representaba desde ya el impredecible Bossi, un tribuno del soberanismo lombardo proclive a las manifestaciones incendiarias. LN compensaba en parte su ambigüedad ideológica con un programa federalista y hasta separatista para las regiones del tercio norte del país (englobadas en una unidad geográfica denominada Padania) cuyo componente de insumisión fiscal a Roma era susceptible de modularse al liberalismo sin cortapisas que Berlusconi propugnaba. Pero el federalismo radical de la LN chocaba de frente con el nacionalismo centralizador del posfascismo de Fini, quien a su vez podía compartir el lenguaje anticomunista del jefe de FI.
Los aliancistas, a regañadientes, consintieron en no presentar listas conjuntas con Berlusconi en las circunscripciones norteñas, el feudo de los liguistas. En consecuencia, FI acudió a las urnas formando una doble coalición: con la LN en el norte, el denominado Polo de la Libertad, y con la AN en el centro y el sur, dando lugar al Polo del Buen Gobierno; en otras palabras, Berlusconi trabó alianza con Fini y Bossi sin que estos llegaran a aliarse entre sí.
3. Triunfo electoral y el truncado primer Gobierno de coalición
El mensaje de Il Cavaliere, escaso en contenidos pero arrollador por su elevada carga demagógica y mediática, sedujo, hasta extremos insospechados, a un electorado hastiado de una clase política tradicional caída en el oprobio y fascinado por la aureola de as de los negocios de quien le parecía capaz de transmitir esa energía generadora de riqueza y bienestar a una economía nacional lastrada por esquemas obsoletos. Quienes advirtieron que el eternamente bronceado y sonriente Berlusconi, lejos de encarnar el cambio, era un perfecto representante de los denostados usos y modos de la vieja república, sólo que hábilmente disfrazado de salvapatrias e instrumentando a su favor la inmensa influencia social de sus empresas audiovisuales, fueron ampliamente ignorados. Fuera de Italia, y en el resto de países de la Unión Europea en particular, cundió el estupor y la incredulidad por la posible llegada al poder en Roma de un gobierno tricéfalo de empresarios, neofascistas pretendidamente reconvertidos y soberanistas padanos con tics xenófobos.
Pero Berlusconi volvió a demostrar a todo el mundo que lo suyo era ganar. En los comicios del 27 y el 28 de marzo de 1994 sus dos polos obtuvieron conjuntamente el 42,9% de los votos y 366 de los 630 escaños de la Cámara de Diputados, frente al 34,4% y los 213 escaños sacados por la Alianza Progresista que encabezaba el PDS de Achille Occhetto. Se trataba de una mayoría absoluta de lo más holgada. FI fue, a su vez, la fuerza más votada con el 21% de los sufragios y 148 escaños, uno de los cuales, obtenido por el sistema uninominal mayoritario, fue el de Berlusconi, por la tercera circunscripción del distrito Lombardía 1. El sensacional éxito del empresario, con sólo dos meses de experiencia política, no tenía parangón en la historia electoral del viejo continente y aún de todo el mundo occidental.
Berlusconi invirtió más de un mes en negociar el reparto de carteras y el programa común del Gobierno, debiendo ejercer de apagafuegos cuando el forcejeo entre Bossi y Fini se tornaba tormentoso. El primer ministro in péctore sólo prometió al primero, que exigía el Estado federal y una reforma constitucional ad hoc, una imprecisa descentralización tributaria y administrativa, advirtiéndole de paso que la unidad de Italia estaba fuera de toda duda. El jefe liguista amagó con abandonar el Polo, antes de rebajar sus pretensiones de cuotas de poder y de avenirse a un acuerdo que sus signatarios prometían duradero, para toda la legislatura.
El otro y no menos peliagudo asunto, ya puramente personal, el del posible conflicto de intereses, pretendió Berlusconi dejarlo zanjado con la designación de tres juristas de prestigio que actuarían como garantes de la correcta separación de sus esferas empresarial privada, por un lado, y política pública, por el otro, hasta que se determinara una "fórmula legislativa" para resolver definitivamente la cuestión. Uno de los temores más aventados por los críticos y adversarios de Berlusconi era que éste cediese a la tentación de ejercer un control político, imponiéndoles una línea editorial, sobre las cadenas de la RAI, es decir, la competencia objetiva de sus televisiones particulares.
Legalmente, Berlusconi ya no era directivo de ninguna empresa, pero seguía siendo, directamente o a través de sus familiares, accionista en mayor o menor grado de buen número de sociedades, empezando por las televisiones de Mediaset. Berlusconi se confesaba más partidario de "ceder" que de vender propiedades, sobre todo porque no creía que pudieran ofrecerle "un precio justo" por un gigante como Fininvest. El problema jurídico no era baladí, pero ello no detuvo el proceso institucional. El 28 de abril el presidente Scalfaro encargó formalmente a Berlusconi la formación del Gobierno.
La histórica asunción gubernamental tuvo lugar el 11 de mayo de 1994. En su primer Gabinete, Berlusconi estaba secundado por dos vicepresidentes, Giuseppe Tatarella, de AN, y Roberto Maroni, de la LN. Gianni Letta, un fiel servidor que venía desempeñando múltiples cometidos en Fininvest desde la creación del holding, fue nombrado subsecretario de Estado adjunto a la Presidencia del Consejo. De los 25 ministerios, de los que seis no tenían cartera, FI se reservó siete, entre ellos los de Asuntos Exteriores, para Antonio Martino, Defensa, para Cesare Previti, abogado y asesor legal de Berlusconi desde hacía dos décadas, y Finanzas, para Giulio Tremonti. La LN obtuvo cinco ministerios (inclusive Interior, para Maroni), otros tantos la AN, el CCD dos y uno la UdC. Cinco puestos fueron para personalidades independientes, la más destacada de las cuales era el tecnócrata Lamberto Dini, hasta la fecha director general del Banco de Italia, que se hizo cargo del Tesoro.
Berlusconi irradiaba autoconfianza, pero desde el primer día de su gestión hubo de enfrentar un ambiente profundamente hostil, avivado por los muchos y poderosos enemigos que tenía, por supuesto, en la política, pero también en el sector privado y en los diversos ambientes sociales y culturales. El PDS, que siempre entrevió tras el desembarco político de Berlusconi el temor del empresario a un endurecimiento por un eventual gobierno de la izquierda de la legislación que regulaba el sector audiovisual, en tanto que principal partido de la oposición, exigió reiteradamente al primer ministro que se desprendiera efectivamente del imperio Fininvest, donde obviamente seguía mandando, pero el estadista insistió en que él ya no dirigía corporaciones y que no había conflicto de intereses.
El caso fue que el primer ministro se encargó de atizar la polémica que envolvía a su persona con una serie de actuaciones controvertidas. El anuncio de una drástica reordenación de la RAI para corregir su fuerte déficit y la línea antigubernamental que, en su opinión, exudaban sus programas, precipitó la dimisión en bloque del Consejo de Administración del ente público a últimos de junio. El 12 de ese mes tuvieron lugar las elecciones al Parlamento Europeo y Berlusconi, a sabiendas de que no podría ocupar su escaño en Bruselas por incompatibilidad institucional, se presentó como el cabeza de lista de su partido. La argucia funcionó muy bien: FI ascendió al 30,6% de los votos y debutó en el hemiciclo europeo con 27 de los 87 puestos asignados a Italia,
La polvareda del caso RAI devino tempestad el 14 de julio a raíz de un decreto-ley gubernamental, aprobado en la víspera por la vía urgente, que ordenaba la excarcelación de todos los acusados por corrupción no condenados y protegía de la prisión preventiva a los procesados por delitos económicos, a los que sólo podría aplicárseles el arresto domiciliario. El primer ministro justificó la medida porque Italia no podía "convertirse en un Estado policiaco". El sarcásticamente llamado "decreto salva-Craxi", por entender sus críticos que Berlusconi lo que buscaba era librar de la persecución judicial al antiguo mandamás socialista (quien se encontraba en Túnez como prófugo de la justicia italiana) y a otros antiguos capitostes de la anterior época, concitó un rechazo social tan ruidoso que el ministro de Justicia de FI, Alfredo Biondi, hubo de corregir el texto en un sentido más restrictivo antes de someterlo al Parlamento como un proyecto de ley ordinario.
Pero el primer ministro parecía estar más preocupado por los problemas judiciales de su entorno más cercano que por los de Craxi. Antes de terminar el mes, los jueces milaneses dictaron sendas órdenes de procesamiento y prisión cautelar contra Paolo Berlusconi, ahora mismo accionista mayoritario de Fininvest, por presunto soborno de agentes de la Guardia de Finanzas (policía judicial contra delitos económicos) para evitar inspecciones en las empresas Telepiù, Mediolanum y Videotime. El hermano menor ya había sido arrestado por unas horas en febrero, y ahora se entregó a la Policía para someterse al interrogatorio judicial.
El 29 de julio, por sorpresa y adelantándose a lo contemplado en el proyecto de ley en fase de elaboración, Berlusconi anunció su intención de transferir temporalmente sus derechos sobre Fininvest a un gestor de confianza; entretanto, un "alto comité de vigilancia y garantía" nombrado por Scalfaro y los presidentes de las dos Cámaras del Parlamento escrutaría los conflictos de intereses que pudieran surgir. El presidente de la República dejó en el limbo este plan de separación de responsabilidades al indicar que no se ajustaba a la Constitución.
Enfrascado en estas controversias jurídicas, el Gobierno detrajo tiempo y energías al acometimiento de medidas para corregir el desequilibrio de las finanzas públicas, lo que generó desconfianza en los mercados financieros, provocando a su vez el desplome de la lira y de la Bolsa, y el repliegue de los inversores extranjeros. Además, el desempleo experimentó un repunte, alcanzándose la tasa del 12%. Las diligencias judiciales contra altos directivos de Fininvest sospechosos o acusados de corrupción, más la huelga general realizada por los sindicatos el 14 de octubre contra el liberalismo económico del Gobierno en general y contra la reforma estructural del sistema de pensiones en particular, se tradujeron en una substancial pérdida de votos para FI en las elecciones regionales y municipales del 21 de noviembre.
El nadir del caótico primer Gobierno Berlusconi llegó en plena resaca del batacazo electoral, el 22 de noviembre. Ese día, tras varias semanas de insistentes rumores que apuntaban a este desenlace, el primer ministro recibió un aviso de garantía o citación judicial para declarar en Milán como sospechoso de complicidad en un delito de corrupción a funcionario público, consistente en el pago por sus empresas de dos sobornos por valor de 330 millones de liras a miembros de la Guardia de Finanzas. Se trataba del mismo caso por el que su hermano ya estaba procesado. La mala noticia presentó visos de pública humillación, ya que la notificación judicial le llegó a Berlusconi justo cuando presidía en Nápoles una reunión de la ONU contra el crimen organizado.
Difícilmente podía hablarse de mera coincidencia, así que los partidarios del gobernante pusieron el grito en el cielo, denunciando una conspiración. El afectado salió inmediatamente al paso para defender su inocencia y la de la Paolo, presentar a éste último, antes bien, como la "víctima de las extorsiones" de funcionarios corruptos, arremeter contra el "abuso e instrumentación infames de la justicia penal" y, sobre todo, subrayar que no pensaba dimitir. Fini respaldó a su socio, pero Bossi ya daba al Gobierno, que sólo tenía seis meses de vida, por consumido.
En los días siguientes, Berlusconi intentó aflojar el dogal que le apuraba anunciando la "venta" de todas sus empresas ("el resultado de más de cuarenta años de trabajo") mediante su capitalización en bolsa y plegándose a la demanda de los sindicatos, que amenazaban con otra huelga general, del aplazamiento de la reforma de las pensiones por jubilación y su tratamiento presupuestario con cargo a una subida de los impuestos. El 11 de diciembre, tras jurar "sobre la cabeza de mis hijos" ser inocente y encajar la declaración por el Tribunal Constitucional de la inconstitucionalidad de la Ley Mammì de 1990, Berlusconi se sometió en la Audiencia de Milán a un interrogatorio en el que negó la existencia de cualquier documento o testimonio que pudiera incriminarle en delito alguno. En el Parlamento, la oposición cocinaba ya varias mociones de censura.
El golpe de gracia lo asestó el propio Bossi el 17 de diciembre con el anuncio de que la LN se disponía a presentar una moción de censura contra el Gobierno –insólita perspectiva- del que era miembro al alimón con el Partido Popular Italiano (PPI, principal formación surgida de las cenizas de la DC, de signo centrista). El líder padano justificó su decisión por el incumplimiento de los acuerdos poselectorales, pero su irritación tenía un componente de alarma al comprobar cómo FI estaba succionando a algunas decenas de diputados de su grupo, integrado por 116 miembros. Con todo, el grueso de la bancada liguista se mantenía fiel a su jefe, convirtiendo en poco menos que imposibles los desesperados intentos de Berlusconi de subsanar, estimulando el transfuguismo, la amplia minoría parlamentaria en que había quedado el oficialismo. El primer ministro se mostró dispuesto a someterse a una moción de confianza y, si la perdía, a continuar gobernando en minoría con el preceptivo consentimiento del presidente Scalfaro; fuera de eso, la única alternativa que contemplaba era el adelanto electoral.
El 22 de diciembre de 1994, anticipándose a la votación de las tres mociones de censura y en lugar de presentar la moción de confianza, Berlusconi, "con gran decepción", dio por finiquitada la legislatura y horas más tarde, ya fuera del hemiciclo, notificó su dimisión. La sesión parlamentaria transcurrió sin la tensión de la víspera, cuando el dimisionario en ciernes se enzarzó en un virulento intercambio de reproches e insultos con el hombre, Bossi, que había sido su socio y que, una vez perdonada la presente "traición", iba a volver a serlo. En la misma jornada, probablemente la más negra en la carrera del empresario-político, Paolo Berlusconi fue condenado a siete años de cárcel y a 10 millones de liras de multa como culpable de un delito de violación de la ley de financiación de partidos, en relación con un pago realizado a la extinta DC a cambio de la adjudicación de obras en Lombardía.
La prematura caída, tan aparatosa como su fulminante ascenso, en medio de una fenomenal bronca parlamentaria, del Berlusconi gobernante supuso un mazazo a las esperanzas de normalización de la vida política italiana, tras tres años de convulsiones a la sombra deTangentopoli y medio año después de la inauguración oficiosa de la denominada II República. El 13 de enero de 1995, Scalfaro, ignorando la solicitud del primer ministro en funciones de que le permitiera someter al Parlamento la investidura de un gobierno "Berlusconi-bis" y, si no prosperaba aquella, que convocase elecciones, encargó al ministro Dini la formación de un gobierno técnico, sin base de partidos. El 17 de enero Dini tomó oficialmente el relevo al hasta ahora su jefe en el Consejo.
En su efímero mandato, Berlusconi sostuvo reuniones bilaterales con el presidente estadounidense Bill Clinton (el 2 de junio en Roma), el canciller alemán Helmut Kohl (el 16 de junio en Bonn) y el presidente francés François Mitterrand (el 16 de diciembre en París); además, fue el anfitrión de la vigésima Cumbre del G-7, en Nápoles del 8 al 10 de julio, marco en el que departió con el presidente ruso Borís Yeltsin. Ahora bien, la participación del partido de Fini en el Gobierno y, en menor medida, el perfil empresarial de Berlusconi tuvieron un efecto en la política exterior de Italia que pudo calificarse de enfriamiento de las relaciones con los socios y aliados más cercanos.
4. Travesía en la oposición y acoso judicial por casos de corrupción
Berlusconi, lejos de volver a ocuparse de sus negocios con carácter exclusivo, se quedó firmemente asentado en la política, acaudillando el principal grupo del Parlamento y dispuesto a regresar al poder a la primera oportunidad electoral. Tal escenario se adelantó, incluso más de lo que le habría gustado, a la primavera de 1996, luego de retirar, en parte arrastrado por su aliado Fini, el apoyo parlamentario a Dini y verse obligado el primer ministro a presentar la dimisión en enero de ese año.
Hasta entonces, Berlusconi no dejó de ser noticia, más que por su actividad política, por sus líos con la justicia y sus tejemanejes empresariales. El 20 de mayo de 1995 la Fiscalía de Milán le acusó formalmente de cohecho y solicitó su procesamiento. Tal medida no se hizo esperar para Marcello dell'Utri, presidente y consejero delegado de Publitalia, detenido bajo la acusación de orquestar una trama generadora de dinero negro. La espada de Damocles judicial no detuvo los negocios de Berlusconi, que a mediados de julio cerró la venta del 20% del capital de Mediaset a tres compradores extranjeros; entre ellos descollaba el magnate alemán de las comunicaciones Leo Kirch, un negociante que conocía bien y con el que en 1999 iba a formar la sociedad paritaria Epsilon MediaGroup. En 1995 Fininvest fundó también Medusa Film para la producción y distribución de películas; en pocos años, la compañía iba a convertirse en el líder del sector en Italia.
La operación fue facilitada por el resultado de los referendos del 11 de junio, en los que los italianos votaron mayoritariamente contra la propuesta de limitar a una las cadenas televisivas que podían poseer las empresas mediáticas y, sorprendentemente, contra la fijación de restricciones a las interrupciones publicitarias en la televisión. La consulta había sido impulsada por los partidos del centro-izquierda y estaba dirigida sin lugar a dudas contra Berlusconi, así que su resultado negativo no pudo menos que considerarse un triunfo clamoroso del líder de FI, quien llegó a temer seriamente por su imperio televisivo y que ahora respiró aliviado.
El 14 de octubre de 1995 Berlusconi se unió a su hermano Paolo en la condición de procesado por el soborno a la Guardia de Finanzas. En el sumario se enumeraban cuatro pagos ilegales efectuados entre 1989 y 1994 por un total de 380 millones de liras para evitar o suavizar inspecciones fiscales a Videotime, Mondadori, Telepiù y Mediolanum. El juicio comenzó en Milán el 17 de enero de 1996 y Berlusconi, siguiendo a pies juntillas la máxima de que la mejor defensa es un buen ataque, destinó su primera comparecencia ante el tribunal a fustigar ferozmente a los jueces de Manos Limpias. A principios de abril, en plena campaña electoral, Berlusconi vendió el 28% de la cuota de Fininvest en Mediaset a la financiera Morgan Stanley, el grupo inglés BZW del Barclays Bank y a la Abu Dhabi Investment State Authority.
Su victimismo frente a los jueces, la escenificación de una desconcentración de poder empresarial y las habituales advertencias contra el peligro "neocomunista" no le fueron suficientes a Berlusconi para batir al centro-izquierda en las elecciones legislativas del 21 de abril de 1996, en las que el Polo de la Libertad, integrado por FI, la AN, el CCD, los Cristianos Democráticos Unidos (CDU, una escisión del PPI liderada por Rocco Buttiglione) y la Lista Pannella-Sgarbi, pero no por la LN, que prefirió concurrir por separado, cayó a los 246 diputados con el 42,1% de los votos computados en el sistema proporcional. FI obtuvo 123 escaños y el 20,6% de los sufragios, un desgaste moderado que fue esgrimido por Berlusconi para denunciar su derribo parlamentario en 1994 como una maniobra atentatoria contra el respaldo en las urnas de ocho millones de italianos, aunque esta vez, en lugar de centrar sus críticas en Bossi, arremetió contra el PDS, a la sazón el primer partido del país desbancando a FI, y sus simpatizantes en la judicatura, la prensa y los cenáculos intelectuales.
El Gobierno quedó en manos de la nueva y más articulada coalición del centro-izquierda italiano, El Olivo, formado por el PDS de Massimo D’Alema, el PPI de Gerardo Bianco, la Unión Democrática (UD) de Antonio Maccanino, la Renovación Italiana (RI) de Dini y otras tres agrupaciones menores. Su cabeza electoral, Romano Prodi, formó el 18 de mayo un gobierno que confiaba en enmendar su minoría parlamentaria de 284 diputados con un pacto de legislatura con el Partido de la Refundación Comunista (PRC).
Convencido como estaba de que le habían desalojado del Ejecutivo con malas artes, como líder de la oposición a los gobiernos del Olivo Berlusconi exhibió una actitud intransigente y se aplicó en la labor de zapa, buscando la caída de sus adversarios y las elecciones anticipadas. FI, pese a sus compromisos iniciales, obstruyó sistemáticamente los debates parlamentarios para la reforma constitucional, que debió haber allanado el camino para la adopción de un tipo de Estado federal e introducido el poder ejecutivo de tipo semipresidencialista en el sistema de gobierno. Los trabajos de la comisión bicameral ad hoc quedaron en punto muerto a mediados de 1999.
De todas maneras, el líder de FI no tuvo que esforzarse demasiado en su guerra de desgaste, ya que el centro-izquierda, pese a sus realizaciones en la gestión económica, se socavó a sí mismo, víctima de su excesiva fragmentación y de sus inconsistencias ideológicas: en octubre de 1998 Prodi hubo de dimitir por el desvalimiento del PRC y en abril de 2000 su sucesor, D’Alema, continuó sus pasos a rebufo del revés sufrido por el Gobierno en las elecciones regionales.
Los comicios sonrieron, con avances significativos en el Mezzogiorno y el Lazio, a la nueva coalición nucleada en torno a FI y participada por la LN, la Casa de las Libertades. Estas elecciones, prolongando el ímpetu exhibido en las europeas de junio de 1999, cuando FI recobró la primacía nacional con el 25,2% de los sufragios, y anteriormente en las municipales de 1998, permitieron a Berlusconi afrontar con la mayor de las confianzas las elecciones generales de 2001.
Ante el referéndum de mayo de 2000 sobre la reforma de la ley electoral para sustituir el sistema instaurado en 1993, de tipo mixto, por otro de tipo mayoritario, Berlusconi propugnó la abstención, pese a favorecer a su partido este cambio, guiado por el cálculo de que un fracaso de la consulta acarrearía un nuevo y tremendo desgaste al Gobierno del centro-izquierda, como así fue. Aun y todo, durante el Gobierno de D’Alema el líder opositor accedió a adoptar algunos pactos transversales en el Parlamento, como el que en mayo de 1999 aupó a Carlo Azeglio Ciampi a la Presidencia de la República, reemplazando a un estadista, Scalfaro, que situaba entre sus enemigos más preclaros.
Del 16 al 18 de abril de 1998 FI celebró en Milán su I Congreso, que Berlusconi orientó al refuerzo de la alianza con Fini. No obstante, en los meses siguientes se especuló con que el magnate estaría planeando un giro al pragmatismo, aligerando la carga liberal, con el fin de otorgar a su partido la titularidad del centro político italiano, dejado huérfano por aquel partido poliédrico que había sido la DC, y cuyo inmenso hueco el PPI y Los Demócratas de Prodi, partidos de fuelle bastante limitado, no conseguían abarcar. Pero semejante estrategia plantearía serias dificultades con la muy derechista AN. Aquella expectativa no se concretó y Berlusconi se reafirmó en su liberalismo por encima de todo, liberalismo promercado y liberalismo individual, que presentaba como una ardiente defensa de la libertad, derecho natural e inalienable del hombre, en todas sus formas.
La relativa vaguedad, por mezcolanza, ideológica de FI, donde convivían en aparente armonía, sin los cauces de unas facciones que no existían y sometidos dócilmente al mando omnímodo del fundador y líder –una maleabilidad que suscitó el remoquete ocasional del "partido de plástico"-, desde libertarios de derecha hasta progresistas sociales con un pie en la socialdemocracia, pasando por seguidores confesionales de la doctrina social de la Iglesia y laicos mayormente interesados en el progreso material privado, no facilitaba su ingreso en el Partido Popular Europeo (PPE), en el cual compartiría espacio con los principales partidos conservadores y cristianodemócratas del continente. Transcurridos cuatro años desde el comienzo de su aventura política, FI y su jefe seguían teniendo problemas para conquistar grandes simpatías fuera de Italia.
Sin embargo, Berlusconi ganó a dos importantes abogados para su causa, el presidente del Gobierno español José María Aznar y el canciller Kohl. En mayo de 1998 FI obtuvo la membresía en el PPE sin que su presidente, el ex primer ministro belga Wilfried Martens, planteara objeciones. En junio siguiente, el Grupo del PPE en el Parlamento Europeo aprobó la adhesión de los 22 diputados de FI, entre ellos el propio Berlusconi, recién elegido, "a título individual". En octubre de 1999 FI entró oficialmente en el PPE como miembro pleno, sellando el éxito europeo de Berlusconi.
En los cinco años que duró su primera legislatura íntegramente en la oposición, la saga empresarial y judicial de Il Cavaliere añadió nuevos y voluminosos capítulos. El 30 de abril de 1996, pocos días después de perder su fundador y patrón de facto las elecciones generales, Mediaset firmó con la compañía British Telecom (BT) un acuerdo en virtud del cual el consorcio televisivo tomaba una participación del 30% en Albacom Industriale, la sociedad mixta para las comunicaciones por telefonía fija constituida por BT y la Banca Nazionale del Lavoro (BNL), y estas dos a su vez se hacían con el 2,4% del capital de Mediaset. Con esta última operación, la participación de Fininvest en Mediaset cayó por debajo del 70%. Pero la cuota se redujo mucho más, hasta el 36% al cabo de una década, como resultado de la salida a cotización en la Bolsa de Milán de Mediaset –junto con Mediolanum- a principios de julio de 1996.
En 1996 Mediaset, BT y BNL se aliaron para competir por la adjudicación de la tercera licencia de telefonía móvil en Italia, luego de ver birlada en marzo de 1994 la segunda licencia el consorcio formado por Fininvest y la FIAT, Unitel, a manos de Omnitel, la operadora de Olivetti. Con la adición de la noruega Telenor y las italianas INA e Italgas, Mediaset, con una cuota del 25%, pasó a integrar la sociedad sexpartita Picienne Italia, que materializó su oferta de adquisición de la tercera operadora de telefonía móvil en abril de 1998. Se trataba de una apuesta complicada, ya que el Gobierno de Prodi, por razones políticas, difícilmente tomaría una decisión que permitiera a Fininvest dar un buen bocado en este sector tecnológico, ahora mismo el de más rápido crecimiento y el que más beneficios prometía. Sin sorpresas, la licencia fue para el consorcio Wind, integrado por Enel, Deutsche Telekom y France Telecom.
Tras este segundo asalto fallido a la telefonía celular, Fininvest acentuó la estrategia de concentrar sus intereses en los medios de comunicación y la industria del entretenimiento, y en las líneas de negocio que abrían las nuevas tecnologías de la información, como Internet. Así, se deshizo de los grandes almacenes Standa y, liquidando su presencia en el sector inmobiliario, de Edilnord. A cambio, el holding sacó al mercado el directorio Pagine Utili e incursionó en el subsector de la banca directa, del que se convirtió en pionero en Italia, con la apertura de Banca Mediolanum. Mediaset, ya en el año 2000, abrió la empresa de servicios digitales Mediadigit, convirtiéndola en la subsidiaria, integrada en la gestora de contenidos televisivos Reteitalia-RTI, responsable de los canales temáticos y de los servicios de teletexto e Internet.
En julio de 1996 Berlusconi dispuso una amplia remodelación en la cúpula de Fininvest destinada a dar más autonomía corporativa a Mediaset. Confalonieri cedió la presidencia del holding al abogado Aldo Bonomo para concentrarse en la presidencia del consorcio televisivo. El Consejo de Administración fue también ampliamente renovado, saliendo del mismo veteranos dirigentes como Adriano Galleani, Marcello dell'Utri y Giancarlo Foscale, todos ellos con problemas judiciales. No así los hijos del fundador, Pier Silvio y Marina Berlusconi, quien de paso ascendió a vicepresidenta, lo que vino a reforzar el componente familiar del holding. La mudanza se hizo coincidir con la publicación del balance de resultados de 1995, consistente en un beneficio de 425.000 millones de liras frente a los 77.900 millones de pérdidas anotadas en 1994.
Hiperactivo y siempre en el candelero, Berlusconi, mientras se entregaba a la alta política y la alta empresa, aún sacaba de sí energías para disputar su particular carrera de obstáculos judicial, que no obstante ser en extremo accidentada fue capaz de sortear como el más ágil de los escurridizos: procesado, juzgado y condenado reiteradamente, Il Cavaliere no sólo no llegó a pasar un día en prisión, sino que en ningún momento pareció tomarse en serio la amenaza carcelaria.
El 12 de julio de 1996, mientras aguardaba sentencia en el juicio por el soborno a la Guardia de Finanzas, el ex primer ministro fue incriminado en el proceso All Iberian, una sociedad fantasma ubicada en paraísos fiscales y vagamente vinculada a Fininvest que en 1991 presuntamente había girado ingresos por valor de 10.000 millones de liras al PSI, violando la ley de financiación de partidos. El 3 de diciembre de 1997 la sección sexta del Tribunal de Milán le dictó en primera instancia una condena a 16 meses de prisión más una multa de 50 millones de liras por el delito de contabilidad fraudulenta en la compra en 1987 por Reteitalia-RTI de la antigua distribuidora de cine Medusa. El condenado apeló. El 9 de mayo de 1998 le sobrevinieron sendos autos de procesamiento por dos casos de corrupción relacionados con la editorial Mondadori y la empresa de alimentación SME.
El 7 de julio de 1998 el juicio seguido en la sección séptima del Tribunal de Milán por el soborno a la Guardia de Finanzas concluyó con otra condena a dos años y nueve meses de reclusión. Por el contrario, su hermano Paolo fue absuelto. El reo reaccionó con la contundencia habitual: "Cuando se usa el arma de los procesos políticos para eliminar a la oposición democrática es que ya no se vive en una democracia, sino en un régimen", manifestó. Menos de una semana después, el 13 de julio, vino una tercera sentencia condenatoria, tras dos años de proceso, la del magistrado que juzgaba el caso All Iberian sobre la financiación ilegal del PSI: esta vez a Berlusconi le cayeron dos años y cuatro meses de prisión más una multa muy fuerte, de 10.000 millones de liras.
Ahora bien, Berlusconi no pisó la cárcel en ninguno de los casos al presentar los correspondientes recursos y quedar la ejecución de las sentencias en suspenso, dado que las penas de prisión eran inferiores a tres años. La condena en el caso All Iberian desembocó en octubre 1999 en una casación favorable a la apelación con sentencia de prescripción del delito juzgado. El 9 de febrero de 2000 el Tribunal de Apelación de Milán absolvió al reo del delito de fraude sentenciado en 1997 y el 9 de mayo hizo lo propio con la condena de 1998 por el caso de cohecho. El 19 de junio del mismo año, en su tercera victoria judicial en cuatro meses, Berlusconi quedó exonerado de la acusación de soborno a un magistrado con el objeto de obtener un arbitraje favorable a su propiedad sobre Mondadori en 1991; el juez instructor no veía indicios de delito.
Este carpetazo provisional –que no definitivo, ya que el caso conocido como Lodo Mondadoricontinuaría generando autos en los tribunales, hasta que en noviembre de 2001 la Corte Suprema de Casación dictó la absolución definitiva bajo la fórmula de delito prescrito- redujo a cuatro, siendo All Iberian 2 y SME los más procelosos, tras haber tenido hasta una decena, los litigios judiciales abiertos en Italia por presunta corrupción. Todos los anteriores se cerraron, bien por prescripción del delito, bien por valoración más benigna en segunda instancia de las pruebas acusatorias. Las tácticas dilatorias de Berlusconi y sus abogados, centradas en el recurso sistemático, habían funcionado hasta ahora muy bien, e iban a seguir haciéndolo.
Fuera del país, el 21 de junio de 2000 el juez español Baltasar Garzón, el mismo que había reclamado al Reino Unido la extradición del ex dictador chileno Augusto Pinochet, solicitó al Parlamento Europeo el levantamiento de la inmunidad de Berlusconi, y de paso la de dell'Utri, para procesarle por unos delitos de falsedad documental y fraude fiscal, cometidos presuntamente entre 1990 y 1993, para ocultar la participación de Fininvest en el accionariado de la empresa española Gestevisión-Telecinco, de la que Berlusconi era entonces vicepresidente, por encima del límite del 25% que establecía la legislación española. El líder italiano encontró otro motivo para trasladar sus tribulaciones judiciales al terreno del complot político, ejecutado supuestamente por unos jueces que obrarían por inquina personal o por connivencia con las fuerzas de la izquierda.
5. Gran victoria sobre el centro-izquierda y retorno al poder en 2001
La conciencia por El Olivo y los Demócratas de Izquierda (DS, denominación del PDS desde febrero de 1998) de las excelentes perspectivas en las próximas elecciones generales de la renovada coalición de Berlusconi, la Casa de las Libertades, resucitó un proyecto de ley sobre la vigilancia del conflicto de intereses que en su versión debatida en 1998, menos severa, había quedado empantanada en el Parlamento. El 27 de febrero de 2001, rigiendo el Gobierno presidido por el socialista independiente Giuliano Amato, el Senado aprobó un texto que prohibía de forma taxativa a cualquier miembro del Gobierno el ejercicio de actividades empresariales de relevancia y al primer ministro en particular la posesión de un patrimonio superior a los 15.000 millones de liras.
La ley estaba dirigida, obviamente, contra Berlusconi, quien, pese a que el texto no iba a tener tiempo de entrar en vigor antes de las elecciones, se apresuró a anunciar la venta de sus propiedades y participaciones empresariales antes de poder hacerse con un mandato ejecutivo. La cuestión se avivó cuando prestigiosas cabeceras de la prensa económica occidental, como The Economist, The Herald Tribune y el Financial Times, opinaron sobre la "anomalía" italiana, que permitía a la principal fortuna privada del país llegar al Gobierno, y valoraron como doblemente "inadecuada" la candidatura del magnate por el alto riesgo de colisión de intereses y sus cuentas pendientes con la justicia, con dos procesos penales abiertos.
Berlusconi habló de ceder todas las acciones que le quedaban en Mediaset, en una sociedad que se crearía a tal efecto, a sus cinco hijos y a un grupo de empresarios encabezados por el magnate australiano-estadounidense de prensa y televisión Rupert Murdoch, pero sólo después de ganar las elecciones, a menos que se detectara una caída en las encuestas de intención de voto ligada a este punto. El equipo del candidato reconocía la dificultad que representaba compatibilizar su doble perfil para el hombre que la revista Forbes situaba, con un patrimonio cuantificado ya en los 10.300 millones de dólares, en el vigesimonoveno puesto de su lista mundial de multimillonarios; en la misma, el italiano aparecía como el octavo hombre más rico de Europa y el primero de su país.
Buena parte la campaña electoral pivotó sobre este controvertido tema, la misma legitimidad, que no la legalidad, de la aspiración de Berlusconi a presidir el Consejo de Ministros. Pero, pese al casi unánime desamor internacional, llegando a insinuar los socios comunitarios que someterían a observación democrática un eventual ejecutivo de la Casa de las Libertades (aunque sin llegar a adoptar medidas, como recientemente había sucedido con Austria por la coalición entre popular cristianos y liberales de extrema derecha, puesto que Italia era uno de los países grandes y fundadores de la Comunidad), y pese a las advertencias del candidato de El Olivo, el ex alcalde romano Francesco Rutelli, contra "una concentración de poder sin igual en una democracia europea", Berlusconi proyectó en todo momento una sensación de ganador.
Por otro lado, el escándalo generado por la emisión el 14 de marzo por la RAI de un programa en el que el periodista Marco Travaglio, autor junto al diputado del DS Elio Veltri del libro L'odore dei soldi, acusaba a Berlusconi y a Dell'Utri de haber aceptado de la Mafia en la década de los setenta ingentes sumas de dinero negro para ser reciclado en negocios legales y de paso engrasar los proyectos empresariales del primero, no dañó las perspectivas electorales del jefe opositor. Luego, una vez retornado al Palacio Chigi, Berlusconi no se iba a olvidar de ajustar cuentas con Travaglio y su editor, Editori Riuniti, a los que añadió a su lista de demandados por injurias y calumnias emprendiendo contra ellos una acción civil con reclamación de 50 millones de euros.
Como en las anteriores convocatorias electorales, el jefe de FI articuló un discurso rudo, tendente a dramatizar la lid en las urnas como si el país estuviera en una encrucijada histórica en la que debía decidir entre la plenitud de libertades que ellos garantizaban y el Estado fiscalizador y menoscabador que El Olivo supuestamente representaba. Berlusconi aseguró haber recibido amenazas de muerte y evocó un supuesto plan de atentado contra su vida "organizado en el extranjero". Todo un ambiente hostil y conspirativo que ligó a "la ola de odio desencadenada por la izquierda".
La Casa de las Libertades era una coalición virtualmente idéntica al Polo de la Libertad de 1994, sólo que más amplia. Los socios de FI eran la AN de Fini, la LN de Bossi y el CCD de Casini, los Cristianos Democráticos Unidos (CDU, escindidos del PPI en 1995) de Rocco Buttiglione, el viejo PRI, mantenido a flote por Francesco Nucara, y un grupúsculo socialista de reciente fundación llamado Nuevo PSI, cuyo conductor era el craxiano ex ministro de Exteriores Gianni De Michelis. El socio más perturbador era el reintegrado Bossi, que se había descolgado con manifestaciones de solidaridad con el dirigente populista de derechas y xenófobo austríaco Jörg Haider, y aventado opiniones embarazosas sobre la inmigración, para la que pidió una "tolerancia cero", o los homosexuales, a los que equiparó con los pederastas.
Aunque había sido el causante de su derribo del poder en 1994, Berlusconi hizo borrón y cuenta nueva con el apologista de la Padania, la ficticia entidad territorial del norte de Italia, y volvió a aceptarlo en el mismo proyecto junto con Fini. Las visiones de liguistas y aliancistas de la ordenación territorial del Estado italiano seguían siendo antitéticas, pero sus respectivos graneros de votos, en el norte y el sur respectivamente, constituían un formidable valor electoral.
Aún arrancando reprobaciones dentro de la Casa de las Libertades, Berlusconi no tuvo reparos en pactar unos acuerdos circunscritos a Sicilia con la pequeña formación fascista Llama Tricolor. Antes de los comicios, uno de los que abandonaron la nave fue el ex presidente de la República Francesco Cossiga, personalidad intrigante que, pese a su nula proyección partidista, se las había arreglado para sostener el segundo gobierno de D’Alema con componendas parlamentarias.
El programa de Berlusconi, empero, presentó una traza más consistente que el del debut de 1994. El mismo hacía hincapié en las recetas del liberalismo económico y en una profunda reforma autonómica para ganar el voto del rico y poblado norte, sociológicamente -algunos bastiones de la izquierda aparte- escorado al centroderecha. En materia fiscal, capítulo obviamente prioritario para un político con mentalidad empresarial, el líder opositor defendió reducciones de hasta un 33% en los distintos tramos del impuesto sobre la renta, exenciones totales para las rentas más bajas y la desaparición de algunos tributos, como los impuestos de sucesiones y donaciones.
Tan masiva era la reducción de tributos propuesta que Berlusconi, en una salida heterodoxa, sugirió la necesidad de aumentar el déficit público, lo que chocaba con el espíritu y la letra del Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC) de la UE. En cuanto a la reforma del Estado, la Casa de las Libertades apostaba por una drástica disminución de la burocracia administrativa e institucional, una mayor presencia de las nuevas tecnologías en la gestión pública, la elegibilidad del presidente de la República por sufragio directo y la transferencia a las regiones de competencias sobre educación, salud y orden público.
En lo referente a jubilaciones, caballo de batalla de las movilizaciones sindicales de 1994 contra su primer gobierno, Berlusconi bosquejó sin más precisiones una elevación del mínimo a percibir. Temas como la inmigración, la protección medioambiental o la política europea quedaron relegados en la presentación de propuestas. El capítulo laboral sí mereció mayor extensión, con una apuesta exclusiva por la empresa privada como generadora de empleo. Al Estado le correspondería incentivar la contratación de trabajadores combinando descargas fiscales a las empresas familiares, ayudas directas a los patronos y una mayor flexibilidad legal con la entrada en vigor de nuevos tipos de contratos.
Como escenificación de estos compromisos, Berlusconi presentó y firmó en la televisión un "Contrato con los italianos" que de alguna manera ligaba su suerte política al cumplimiento del grueso de los puntos arriba citados. Seguro como estaba de su victoria, prometió sacar adelante una "revolución" en la estructura del Estado y hacer de su gobierno "una máquina eficiente" durante los cinco años de una legislatura que, estaba convencido, iba a agotar sin crisis ni convulsiones, un escenario inédito en la historia reciente de Italia.
Si bien los gobiernos de Prodi y D’Alema habían dejado un panorama económico positivo y El Olivo, con Rutelli al timón, había escorado su discurso al centrismo y la moderación en todos los aspectos, la imagen de un centro-izquierda poco estructurado y rehén de los pequeños partidos que tenían la llave de la mayoría parlamentaria, más las habilidades mediáticas de Berlusconi, jugaron en favor de un vuelco político espectacular en la jornada electoral del 13 de mayo de 2001.
La Casa de las Libertades ganó la mayoría absoluta en las dos cámaras del Parlamento, que en el caso de la Baja se tradujo en los siguientes resultados: la coalición de siete partidos obtuvo 368 diputados frente a los 241 sumados por las cuatro listas agrupadas en el nuevo Olivo (las del DS, La Margarita, el Girasol y el Partido de los Comunistas Italianos, PDCI), y el 49,6% de los votos computados por el sistema proporcional. El centro-derecha subía en escaños, pero exclusivamente gracias al brío de FI, que con el 29,4% de los sufragios rozó su marca histórica de las europeas de 1994 y emuló el nivel de primacía de la DC en vísperas de su disolución, y cuyos 193 diputados suponían una ganancia de 70 con respecto a 1996. AN, LN y CCD-CDU se resintieron con respecto a 1996, siendo el más perjudicado el partido de Bossi.
El centro-izquierda se tomó como una revancha la segunda vuelta de las municipales, el 27 de mayo, cuando ganó las alcaldías de Roma, Turín y Nápoles. Este éxito, que sólo reflejaba la flexibilidad del voto de los italianos en función del tipo de consulta, fue esgrimido por Rutelli y Walter Veltroni, secretario nacional de los DS y ahora alcalde electo de Roma, como la prueba de que la Casa de las Libertades no gozaba de la hegemonía política y de que su ventaja nacional era puramente coyuntural.
El 10 de junio de 2001 Berlusconi ultimó su equipo gubernamental y al día siguiente prestó juramento como presidente del 57º Gobierno republicano desde 1946. De los 23 puestos, FI se quedó con nueve –inclusive los sensibles de Interior, para Claudio Scajola, Defensa, para Antonio Martino, y Economía y Finanzas, para Giulio Tremonti-, AN con cinco, la LN con tres, el CCD con uno y los CDU con otro. Personalidades técnicas e independientes tomaron cinco carteras, incluida la de Exteriores, para Renato Ruggiero, ex director general de la Organización Mundial de Comercio (OMC).
Las presencias, por vez primera, de Fini y Bossi en el Consejo, el primero como vicepresidente del mismo y el segundo como ministro de Reforma Institucional y Devolución, oficina ad hoc que debía involucrar al líder liguista en la ampliación del techo competencial de las regiones y hacerle olvidar sus agitaciones secesionistas, conferían un sabor intensamente político a este GobiernoBerlusconi II al tiempo que suponían una reafirmación desafiante de cara al exterior. El fidelísimo Gianni Letta retornó a la Subsecretaría de Estado adjunta a la Presidencia del Consejo. El 20 de junio el Gabinete recibió la confianza del Senado por 175 votos contra 133 y al día siguiente la Cámara de Diputados emitió el mismo aval por 351 votos contra 261. En el discurso de investidura, el nuevamente presidente del Consejo se comprometió a solucionar definitivamente las incompatibilidades entre sus negocios privados y sus responsabilidades estatales en los primeros cien días de mandato.
6. Un dinamismo legislador de signo tendencioso
Berlusconi disponía de la mayoría absoluta, pero en un país como Italia, donde los gobiernos cortos y las coaliciones tan complicadas como inestables eran prácticamente de precepto, tal base parlamentaria no constituía en modo alguno una garantía de durabilidad. Sin embargo, el líder de FI, esta vez sí, fue capaz de agotar su mandato sirviendo una legislatura íntegra de cinco años, registro que desde la época de Alcide De Gasperi medio siglo atrás nadie había conseguido igualar. Transcurrido el quinquenio, podía hablarse de hazaña, aunque el hábil equilibrismo de Berlusconi fue de lo más accidentado y, en líneas generales, dejó un poso de decepción y desencanto.
La por muchos anhelada y por otros tantos temida revolución berlusconiana, con su cohorte de promesas reformistas de fuerte sabor liberal, quedó rápidamente en entredicho por la lentitud, la cicatería e incluso la parálisis en la aplicación de los cambios. Los obstáculos eran tanto ajenos, fundamentalmente la oposición de los sindicatos, como propios, al volver a robar tiempo y energías la atención de los diversos frentes judiciales y el problema de la doble esfera de intereses de la primera fortuna del país. Luego de la temprana aprobación, en cumplimiento del programa electoral, de la supresión de los impuestos de sucesiones y donaciones, el Parlamento centró su atención legislativa en la situación financiera y judicial del primer ministro. La bajada del impuesto sobre la renta y el aumento de las pensiones mínimas quedaron aplazados ante el agrandamiento del déficit público; mientras, la economía se deterioraba rápidamente: 2001 cerró con un 1,8% de crecimiento, 1,2 puntos menos que en 2000, pero las previsiones para 2002 situaban la tasa por debajo del 1%.
La oposición denunció como oportunistas y hechos a la medida de Berlusconi y Fininvest, amén de provocar escándalo en medios jurídicos, dos proyectos de ley aprobados por las cámaras del Parlamento entre agosto y octubre de 2001; el uno, sobre la despenalización parcial del delito de falsificación de balances de sociedades; el otro, sobre el endurecimiento, con efecto retroactivo, de las condiciones para que un juez pudiera emitir una rogatoria internacional de documentos bancarios en el curso de una investigación o proceso por presunta corrupción.
En agosto de 2002 Berlusconi obtuvo del Senado la aprobación de otra ley sospechosamente favorecedora: en adelante, los encausados por la justicia iban a poder reclamar el cambio de tribunal si albergaban la "legítima sospecha" de que los magistrados adscritos a sus casos no eran imparciales y actuaban de manera tendenciosa. El primer ministro se felicitó por un proyecto de ley que garantizaba el derecho de los ciudadanos "a tener un juez justo e imparcial".
Los abogados de Berlusconi se apresuraron a invocar la nueva ley para deshacerse de los magistrados milaneses que llevaban el caso SME, pero en enero de 2003 la Corte Suprema de Casación rechazó su petición de trasladar el proceso a Brescia. Furioso, su cliente se dirigió a la televisión para denunciar su condición de víctima de una "increíble persecución judicial". La guerra entre Berlusconi y la judicatura era ya total, y en el mes de mayo, luego de caerle a Cesare Previti una condena a once años de cárcel dentro del caso SME, el primer ministro se descolgó en la RAI-2 con unas durísimas declaraciones en las que entre otras cosas se refirió a la "politización" de los jueces como "un cáncer que hay que extirpar".
El 18 de junio de 2003 el gobernante obtuvo la luz verde parlamentaria para una cuarta norma, el llamado laudo Schifani, a la que sólo le faltaba referirse en su articulado expresamente al ciudadano Berlusconi, tan evidente en sus propósitos resultaba: en lo sucesivo, los presidentes de la República, el Consejo de Ministros, la Cámara de Diputados, el Senado y el Tribunal Constitucional, es decir, las cinco máximas magistraturas del Estado, no podrían ser procesados por la justicia en el ejercicio de sus cargos.
La oposición denunció que Berlusconi únicamente buscaba blindarse, ganando tiempo hasta la prescripción de los delitos imputados, contra la apertura de juicios y eventualmente la imposición de condenas en los tres procesos que tenía abiertos, a saber: All Iberian 2 (sumario desgajado de All Iberian 1, por falseamiento de cuentas y ocultación de fondos), SME (soborno de jueces) y Fininvest (contabilidad falsa). Otro proceso que venía coleando desde tiempo atrás, el sustentado en la acusación de haber pagado en 1992 10.000 millones de liras en dinero negro al Torino para el traspaso al AC Milan del jugador Gianluigi Lentini –cantidad añadida a los 18.000 millones de liras hechos constar en el contrato oficial, que en su momento convirtió a Lentini en el futbolista más caro de la historia-, ya había concluido en noviembre de 2002 con la familiar sentencia absolutoria por prescripción de los hechos imputados.
Sin embargo, el 13 de enero de 2004, el Tribunal Constitucional, concitando la cólera en las filasforzistas, falló a favor de los recursos de inconstitucionalidad presentados por varios partidos de izquierda e invalidó el laudo Schifani con el argumento de que la concesión de inmunidad a las más altas personas del Estado vulneraba el artículo de la Carta Magna que consagra la igualdad jurídica de todos los ciudadanos.
Otra densa polvareda levantó la aprobación en diciembre de 2003 de un proyecto de ley que permitía a los grupos mediáticos poseer hasta un 20% de cuota de mercado con la suma de sus diversos productos sectoriales –televisión, radio, prensa escrita, libros, música y publicidad-, sentaba las bases para la introducción de la televisión digital terrestre, en la que obligatoriamente tendrían que emitir todas las cadenas nacionales para 2006, y abría las puertas también a la privatización gradual de la RAI.
La negativa del presidente Ciampi, sensible a las presiones de los sectores políticos y culturales que advertían contra un beneficio artero de Mediaset, a firmar la nueva Ley de Televisiones, oLey Gasparri (por el ministro aliancista de Comunicaciones, Maurizio Gasparri), porque propiciaba "posiciones dominantes" en el mercado de la publicidad televisiva y contradecía diversas sentencias constitucionales sobre la defensa del pluralismo informativo, obligó al Gobierno a modificar el texto previamente a su promulgación. Berlusconi no tuvo ambages en reconocer que perseguía una base legal para salvar a una de sus televisiones, Rete 4, de la decisión del Tribunal Constitucional de obligarla a emitir desde el 1 de enero de 2004 vía satélite en lugar de en abierto de forma analógica, lo que sin duda acarrearía a la cadena una fuerte pérdida de audiencia y de ingresos publicitarios, con el consiguiente riesgo de quiebra.
En cuanto a la regulación del régimen de incompatibilidades del primer ministro, una vez descartadas las opciones de vender sus participaciones empresariales y de nombrar un fideicomiso o gestora formado por administradores desconocidos por el propietario (blind trust), el Consejo de Ministros trabajó inicialmente sobre la vieja idea de crear un órgano independiente de tres miembros con la misión de vigilar que las decisiones del Gobierno no favorecieran los intereses empresariales de sus miembros.
Al final, el oficialismo se decantó por una solución más sencilla, pero mucho más controvertida: una ley que, simplemente, no consideraba incompatible con el ejercicio del gobierno la "mera propiedad de empresas" (a través de cuotas de capital societario y paquetes de acciones, en realidad, las verdaderas palancas del poder corporativo), sino la titularidad en ellas de cargos administrativos u honoríficos, cuya privación, en teoría, impedía la ejecución de decisiones.
Para no infringir la ley, Berlusconi tan sólo tenía que hacer una renuncia: a la presidencia del A.C. Milan; los demás cargos directivos de Fininvest ya los había repartido entre sus hijos –ahora mismo, Pier Silvio era vicepresidente de Mediaset y presidente de RTI, mientras que Marina, considerada la principal heredera del imperio empresarial, era vicepresidenta del holding y se disponía a hacerse con la presidencia de Mondadori-, amigos, abogados y otras personas de confianza. La norma fue aprobada en primera versión por la Cámara de Diputados el 28 de febrero de 2002 con el boicot airado de los partidos del centro-izquierda, pero luego se pasó más de dos años rebotando entre la Cámara baja y el Senado, controlado igualmente por la Casa de la Libertades, con el pretexto de determinados ajustes técnicos que era necesario incorporar.
El 13 de julio de 2004 los diputados de la Casa de las Libertades emitieron la aprobación definitiva y el 28 de diciembre de ese año, en vísperas de la entrada en vigor de la ley, Berlusconi puso término a 18 años de presidencia del club de fútbol, momento en el cual pudo alardear de un palmarés de lujo que incluía siete títulos nacionales de Liga, una copa de Italia, cinco supercopas de Italia, cuatro campeonatos de Europa y otras tantas supercopas de Europa.
Raro era el proyecto de ley del Gobierno que no generaba una efervescencia de opiniones contrapuestas y bronca política. El 4 de junio de 2002, luego de declarar el Gobierno el estado de emergencia ante el desembarco de cientos de refugiados kurdos en Sicilia y de reclamar su presidente una "acción inmediata y coordinada a escala europea" contra los flujos migratorios descontrolados porque de lo contrario "la llegada masiva de clandestinos nos echará de nuestro país", la Cámara de Diputados aprobó una ley que restringía el derecho de asilo, penalizaba la inmigración ilegal y endurecía las condiciones de estancia de los extranjeros ya regularizados.
Conocida como Ley Bossi-Fini, en honor a sus dos principales promotores, la norma satisfizo particularmente al líder de la LN, que había llegado a reclamar la intervención de la Armada para abordar los barcos llenos de inmigrantes ilegales en altar mar y, una vez desalojados del pasaje, mandarlos a pique a cañonazos. El centro-izquierda tildó la nueva norma de "xenófoba" y de "manifiesto del nuevo racismo y el odio social".
Mientras demoraba la bajada del impuesto sobre la renta, el Gobierno celebró como un gran éxito la nueva ley de amnistía fiscal, que consiguió repatriar decenas de miles de millones de euros en capitales exportados ilegalmente previo pago por los infractores de un impuesto-multa del 2,5%. Pero si había un punto de su programa que Berlusconi no estaba dispuesto a sacrificar –ya había claudicado en este mismo terreno en 1994- era la reforma del sistema de pensiones, que consideraba crucial para asegurar la sostenibilidad de la seguridad social italiana a un plazo no remoto en un país cuya población envejecía con celeridad. El proyecto de ley del Gobierno contemplaba el retraso de la edad de jubilación de los 57 a los 60 años (61 para los autónomos) con un mínimo de 35 años cotizados, a partir del 1 de enero de 2008.
Las principales centrales sindicales del país, la CGIL, la CISL y la UIL, se opusieron enérgicamente a la reforma de las pensiones y la primera, además, a la suspensión del artículo 18 del Estatuto de los Trabajadores que protegía contra el despido libre, medida encaminada a flexibilizar el mercado laboral y que precipitó la convocatoria por el sindicato que lideraba Sergio Cofferati de una manifestación multitudinaria en Roma el 23 de marzo de 2002. Este acto de masas fue la antesala de, nada menos, seis huelgas generales contra los recortes sociales del Gobierno y su negativa a reactivar una economía desfalleciente con masivas inyecciones de dinero público; estas olas huelguísticas en cadena tuvieron lugar en abril de 2002, octubre de 2002, octubre de 2003, marzo de 2004, noviembre de 2004 y noviembre de 2005.
Pero Berlusconi no dio su brazo a torcer: la reforma del mercado de trabajo salió adelante en febrero de 2003 con la promulgación de la llamada Ley Biagi (por su autor intelectual, el profesor Marco Biagi, asesor del Ministerio de Trabajo y bárbaramente asesinado en Bolonia el 19 de marzo de 2002 a manos de las Nuevas Brigadas Rojas), mientras que la reforma de las jubilaciones pasó el trámite parlamentario en julio de 2004.
2. Salto a la política en 1994 al frente de Forza Italia
3. Triunfo electoral y el truncado primer Gobierno de coalición
4. Travesía en la oposición y acoso judicial por casos de corrupción
5. Gran victoria sobre el centro-izquierda y retorno al poder en 2001
6. Un dinamismo legislador de signo tendencioso
7. Irak, Europa y el barullo en la Casa de las Libertades
8. Ajustada derrota frente a Prodi en 2006 y tercer plácet en las urnas en 2008
1. La construcción de un imperio empresarial
El mayor de los tres hijos del matrimonio formado por Luigi Berlusconi (1908-1989), empleado de la Banca Rasini, donde llegó al puesto de procurador general, y Rosa Bossi (1911-2008), dedicada a las tareas del hogar y mujer de profundas convicciones católicas, se crió y educó en un ambiente de clase media-alta milanesa, tan estable y próspero como permitían las graves circunstancias nacionales en los agitados años de la guerra y la posguerra. En 1954, una vez completado el bachillerato en el Liceo Classico Sant’Ambrogio, un instituto regido por los Salesianos y conocido por la rigidez de su enseñanza católica, se matriculó en la Facultad de Derecho de la Universidad de Milán, por la que siete años después, en 1961, se sacó la licenciatura summa cum laude con una tesis sobre los aspectos jurídicos de los contratos publicitarios.
Sin embargo, no estaba en el ánimo del inquieto joven milanés convertirse en abogado o en un aburrido funcionario de justicia. Lo suyo era hacer negocios, habilidad que se remontaba a la más tierna infancia, cuando vendía apuntes escolares a sus compañeros de aula. Fuera del colegio, Silvio acrecentaba sus pequeños ahorros vendiendo a domicilio electrodomésticos de la casa Philips y sacando fotos en bodas, bautizos y funerales. Dotado de una aptitud innata para el espectáculo, que tan útil iba a resultarle en su salto a la política cuatro décadas más tarde, y lleno de desparpajo, a los 18 años ganó su primer capital significativo como animador musical y cantante melódico en carnavales, fiestas privadas y cruceros por el Mediterráneo, donde explotó una notable fibra artística. Con 23 años, mientras estudiaba en la Universidad, se contrató como agente inmobiliario, escribiendo el preámbulo de la carrera empresarial más sensacional –y polémica- de la Italia republicana.
El año de su licenciatura Berlusconi puso en marcha Cantieri Riuniti Milanesi (Constructores Asociados Milaneses) en sociedad con el constructor Pietro Canali y en 1963 fundó Edilnord di Silvio Berlusconi & C., teniendo como socios financieros al banquero Carlo Rasini, el patrón de su padre y hombre no exento de controversia por gestionar depósitos pertenecientes a miembros destacados de la mafia siciliana, y al abogado Carlo Rezzonico, apoderado de una firma financiera con sede en Lugano. En 1965 contrajo primeras nupcias con la ligur Carla Elvira Lucia Dall'Oglio, con la que tuvo dos hijos, Maria Elvira –llamada familiarmente Marina-, en 1966, y Pier Silvio, alias Dudi, en 1969.
En 1968 Edilnord terminó de edificar un barrio residencial en Brugherio, en las cercanías de Milán, con capacidad para 4.000 habitantes, el primero de su clase en ser equipado con todos los servicios sociales. Al frente de un equipo de jóvenes arquitectos animados por la idea de una "ciudad sin coches", y él mismo fascinado por el modelo de ciudad perfecta presentado por Tomas Moro en su obra Utopía, Berlusconi emprendió una serie de innovadores proyectos urbanísticos dentro y fuera del país. En 1969, su nueva constructora, Edilnord Centri Residenziali (Edilnord 2), montada con su prima Lidia Borsani, levantó en la comuna de Segrate la ciudad dormitorio Milano 2, con capacidad para 10.000 habitantes, a la que en 1973 siguió Milano 3, para 12.000.
A mediados de los años setenta Berlusconi expandió sus intereses empresariales al mundo de la comunicación, aunque no por ello interrumpió una intensa actividad en el sector inmobiliario, donde fundó la sociedad limitada Italcantieri en 1973 y la Immobiliaria San Martino en 1974, amén de ser, según parece, el artífice de todo un ramillete de sociedades mercantiles que legalmente le eran ajenas, merced a una intrincada madeja de testaferros de toda confianza. El caso era que el emprendedor treintañero milanés parecía gozar de una financiación sin límites, facilitada por ricos amigos prestamistas e inversionistas, y por diversas corporaciones, algunas apenas conocidas y envueltas en una bruma de misterio.
En 1974 los prebostes milaneses Giacomo Properzj y Alceo Moretti organizaron para él la cadena de televisión por cable Telemilanocavo, que empezó dando servicio exclusivo a Milano 2 antes de retransmitir por antena al resto de Lombardía con el nombre de Telemilano 58. En 1977, año en que recibió el título de cavaliere del lavoro de manos del presidente de la República, Giovanni Leone, Berlusconi compró participaciones en el periódico Il Giornale, que posteriormente adquirió a su editor fundador, el periodista Indro Montanelli.
En septiembre de 1980 Berlusconi orquestó el nacimiento en Milán de una televisión de difusión nacional con contenidos generalistas orientados a una audiencia familiar, Canale 5, fruto de la fusión de Telemilano 58 y otras cuatro cadenas regionales del norte de Italia, TeleEmiliaRomagna, Tele Torino International, VideoVeneto y A&G Television. Para surtir de programas y productos publicitarios a Canale 5, Berlusconi fundó junto con Marcello dell'Utri, su mejor amigo de la universidad y administrador de la Immobiliaria San Martino, las empresas Reteitalia y Publitalia 80. En 1981 les siguieron Programma Italia y Videotime.
Fue también en 1980 cuando Berlusconi abrió un nuevo capítulo en su vida sentimental al conocer y quedarse prendado de la boloñesa Veronica Lario, una actriz de películas y teleseries de bajo presupuesto y ocasionalmente de teatro –se asegura que el flechazo surgió al verla interpretar la comedia El magnífico cornudo en el teatro Manzoni de Milán-, a la que sacaba 20 años. El empresario emprendió con Lario una relación extramarital que en julio de 1984 fructificó con el nacimiento de una niña, Barbara, a la que no dudó en reconocer.
La paternidad de su esposo con otra mujer hizo insostenible el matrimonio de Carla Dall'Oglio, que obtuvo el divorcio en 1985; entonces, Berlusconi y Lario pudieron sacar a la luz su amor clandestino, si bien ella optó por poner término a su corta, y en opinión de algunos críticos, prometedora carrera cinematográfica. La pareja formalizó su relación con un matrimonio civil celebrado el 15 de diciembre de 1990 en el Ayuntamiento de Milán teniendo y oficiado por el alcalde Paolo Pillitteri, aunque antes engendraron otros dos retoños, Eleonora, en 1986, y Luigi, en 1988.
En 1983 y 1984 Berlusconi agrandó su propiedad televisiva con Italia 1 y Rete 4 (o Retequattro), comprándoselas respectivamente al editor Edilio Rusconi y al grupo Mondadori. Canale 5, Italia 1 y Rete 4, multiplicando sus emisiones a través de una red de televisiones locales y colocadas bajo la titularidad de la empresa Mediaset –constituida como sociedad anónima en septiembre de 1993-, pusieron fin al monopolio de la RAI y consiguieron superar en audiencia a la televisión estatal con una parrilla dominada por los concursos, los seriales, los shows de variedades y otros programas de distracción.
La RAI llevó a Mediaset a los tribunales en 1984 porque sus tres canales se dedicaban a emitir en interconexión, es decir, simultáneamente, los mismos programas en todo el territorio nacional, lo que constituía una flagrante violación de la legislación vigente. En octubre de aquel año la justicia falló a favor del demandante y Mediaset fue forzada a cerrar por orden de tres magistrados de Roma, Pescara y Turín varios estudios de grabación y repetidores de señal; pero entonces, de la manera más precipitada, acudió al rescate de Berlusconi el primer ministro Bettino Craxi, quien por la vía del decreto urgente subsanó la ilegalidad en que estaba incurriendo el grupo mediático privado. El escándalo fue mayúsculo. Desafiando la tormenta política que su decisión había provocado, Craxi llegó a amenazar a sus socios en el Ejecutivo con abrir una crisis de gobierno y forzar elecciones anticipadas si sus respectivos partidos no convalidaban el decreto en el Parlamento.
Esta no fue más que la primera y más descarada de una serie de intervenciones políticas del poderoso líder del Partido Socialista (PSI) -junto con la Democracia Cristiana (DC), pilar del sistema de gobierno vigente desde la proclamación de la República en 1946- en favor del empresario y paisano milanés, al que le unía una estrecha amistad desde su etapa en común en la Universidad; sin ir más lejos, Craxi acababa de hacer de padrino en el bautizo de Barbara Berlusconi y seis años después iba a ser el invitado de honor en la boda con Lario.
Meses antes de este enlace, el grupo socialista, junto con el del Partido Republicano Italiano (PRI), impulsó en el Parlamento la aprobación de una ley, la llamada Ley Mammì, que regulaba la cuota de mercado de los dos grupos televisivos, el del Estado y el privado de Berlusconi (la ley le permitía poseer un máximo de tres televisiones, precisamente las que tenía), instituyendo un duopolio de hecho en la televisión italiana. Para entonces, las televisiones de Mediaset concentraban, en horario de prime time, el 45% de la audiencia y el 60% de los ingresos por publicidad.
En 1985 Berlusconi se asoció con los empresarios franceses Jerome Seydoux y Christopher Riboud para licitar en el concurso abierto por el Gobierno de Francia, presidido por el socialista Laurent Fabius, para la adjudicación en el país vecino de dos canales de televisión privados. El fruto de esta colaboración, France Cinq, constituida con un paquete accionarial paritario del 40%, se hizo con la licencia, tal que en febrero de 1986 comenzó sus emisiones La Cinq, conformada según el modelo de Canale 5.
Tras experimentar diversas vicisitudes, y acosada por la hostilidad manifiesta del nuevo Gobierno conservador de Jacques Chirac, La Cinq entró en suspensión de pagos y terminó por desaparecer en 1992, pero para entonces Berlusconi ya había diversificado sus inversiones en el sector televisivo europeo, en proceso de liberalización en varios países, con la adquisición de amplios paquetes accionariales en la francesa TF1, la alemana Tele 5 y la española Telecinco, de la que fue socio fundador en 1990 a través del grupo Gestevisión-Telecinco. En España, Berlusconi ya era, desde 1985, el dueño de los madrileños Estudios Roma.
También en 1990, Mediaset fundó sin salir de Italia la televisión de pago Telepiù, en sociedad con Vittorio Cecchi Gori y Leo Kirch, que empezó a emitir en junio de 1991. El circuito de televisiones locales Italia 7 quedo asimismo bajo su control, y en 1992 el grupo adquirió los derechos de retransmisión del Giro de Italia. Los intereses del empresario italiano en el sector audiovisual europeo alcanzaron a los Países Bajos (Cinema 5) y Polonia (Polonia 1).
La voracidad empresarial de Berlusconi tenía vocación multisectorial. En febrero de 1986 compró el club de fútbol A. C. Milan, que atravesaba por una difícil situación económica, y el 24 de marzo se erigió en su presidente. Tras tapar los agujeros contables del club, Berlusconi contrató como entrenador a Arrigo Sacchi y fichó al trío de jugadores holandeses Marco van Basten, Ruud Gullit y Frank Rijkaard. La renovación de la plantilla no tardó en dar sus frutos: el Milan ganó la Liga Calcio en la temporada 1987-1988 tras nueve años de sequía de títulos, la Supercopa de Italia en su primera edición de 1988, las Copas de Europa de 1989 y 1990, las Supercopas de Europa de 1990 y 1991, y la Copa Intercontinental en 1989 y 1990.
El palmarés sumó nuevos títulos en los años siguientes, prolongando una impresionante secuencia de triunfos deportivos que disparó hasta las nubes la popularidad de Berlusconi en Italia en general y Lombardía en particular. No contento con hacer negocio con el fútbol, el magnate empezó a adquirir clubes de otras modalidades deportivas, como el rugby, el voleibol, el hockey sobre hielo y el béisbol.
Hasta su entrada en la política en 1994, Berlusconi incorporó a su ingente patrimonio la cadena de grandes almacenes Standa –la mayor del país, comprada a Montedison en 1988-, las salas de exhibición cinematográfica de Cannon, los Supermercados Brianzoli y la cadena de videoclubes Blockbuster, entre otros negocios. En diciembre de 1989, imponiéndose provisionalmente en una dura batalla al magnate rival Carlo De Benedetti, propietario del gigante manufacturero Olivetti y con el que ya venía manteniendo un litigio en los tribunales por la posesión de la compañía agro-alimentaria SME, Berlusconi se adueñó de Mondadori, el primer grupo editorial y periodístico italiano, que en sociedad con el Grupo L’Espresso publicaba el periódico La Repubblica y los semanarios L’espresso, Epoca y Panorama. El 25 de enero de 1990, coronando su emporio mediático, Il Cavaliere, en tanto que accionista mayoritario, obtuvo para sí la presidencia del consejo de administración de Mondadori, más seis de los ocho consejeros.
Hasta que la guerra en los tribunales quedó zanjada en abril de 1991 con la cesión amistosa deLa Repubblica y L’espresso a De Benedetti (él se quedó con la editorial de libros y revistas, que posteriormente hizo absorber a un sello editorial propio montado años atrás, Silvio Berlusconi Editore, SBE), Berlusconi reunió en sus manos el control del 40% de todos los diarios italianos, el 53% de los semanarios y el 55% de toda la publicidad difundida en prensa, radio y televisión.
Meses antes de desprenderse de estas dos publicaciones de prensa, en agosto de 1990, Berlusconi ya había tenido que ceder la propiedad de Il Giornale, pero esta vez de manera forzosa. Fue en cumplimiento de la cláusula antitrust de la ya comentada Ley Mammì, aprobada a instancias del Gobierno que presidía el democristiano Giulio Andreotti, que prohibía la edición de periódicos a los grupos televisivos. Entonces, la opinión pública italiana consideró que el rey de la televisión privada o Sua Emittenza, como mordazmente era llamado también, pagaba un módico precio a cambio de la consagración legal de su imperio audiovisual; además, el paquete mayoritario de las acciones de Il Giornale no fue a parar a unas manos precisamente extrañas: el nuevo dueño del diario milanés resultó ser el propio hermano de Berlusconi, 13 años más joven que él, Paolo, quien se limitó a recoger la titularidad de su deudo y jefe empresarial.
El conglomerado Fininvest (Financiera de Inversión), creado por Berlusconi en 1978 con un estatuto de sociedad anónima, cumplió la función de integrar, a lo largo de su trayectoria empresarial, sus múltiples propiedades y participaciones en los sectores de la construcción (Edilnord), la televisión (Mediaset, con un 100% de participación por el momento), la prensa escrita (Il Giornale), la edición de libros (Mondadori), el deporte (A. C. Milan), los seguros y los servicios financieros (Mediolanum Assicurazioni) y los grandes almacenes (Standa), por citar sólo los negocios más emblemáticos.
Semejante concentración de poder económico, particularmente en su dimensión mediática y cultural, generó en Italia una polémica constante, con un sinfín de denuncias y críticas que arremetían contra la rapacidad del empresario, sus maniobras poco ortodoxas, su afición a tejer marañas societarias, sus amistades más que turbias y sus aparentes pretensiones oligopólicas y monopolísticas, y que advertían contra su inquietante compadreo con destacadas figuras y sectores de los poderes públicos, todo ello en perjuicio de la transparencia y el pluralismo propios de una sociedad democrática.
Aparte de sus estrechas relaciones con el PSI de Craxi, de sobra conocidas, Berlusconi dio pábulo a abundantes conjeturas sobre otros posibles contactos, estos ya clandestinos, con poderosas esferas no gubernamentales pero capaces de ejercer un influjo fundamental en la política y la economía de la Italia del momento. En marzo de 1981 su nombre apareció en una lista de cerca de un millar de miembros de la logia masónica Propaganda 2 (P2), una organización secreta, de tenebrosa reputación por su implicación en conspiraciones de signo ultraderechista, actos terroristas y escándalos financieros como la quiebra del Banco Ambrosiano, obtenida por la Policía en el registro de la vivienda de su jefe, el "maestro venerable" Licio Gelli, antiguo agente de inteligencia de Mussolini, anticomunista activo y uno de los personajes más siniestros de la Italia de la posguerra.
Hasta el día de hoy, numerosos periodistas e investigadores –lo que a algunos de ellos les ha acarreado sendas denuncias por libelo- han sostenido como hechos incuestionables que el empresario se afilió a la P2 en 1978, que poseyó el carné número 1.816 y que mantuvo trato personal con Gelli. Berlusconi declaró bajo juramento a un tribunal de Verona que investigaba las ramificaciones de la logia ilegalizada que no recordaba la fecha exacta de su inscripción, que ésta se había producido "poco antes del escándalo" de 1981 y que nunca había hecho aportaciones económicas.
Sin embargo, este testimonio contradijo ciertos datos sacados en claro por una comisión parlamentaria de investigación, que entre otros aspectos determinó el pago de 100.000 liras en concepto de cuota de alta. A la luz de estas evidencias, en 1990 el Tribunal de Apelación de Venecia halló a Berlusconi culpable de un delito de perjurio, pero el empresario eludió la condena al beneficiarse de una amnistía colectiva dictada por el Gobierno y que prescribía cualquier posible delito en relación con las actividades ilícitas de la P2 a sus antiguos miembros numerarios. Años después, el empresario iba a recordar su paso por la P2 con un tono de disculpa: "Creí que Gelli era bueno, pero luego descubrí la verdad". Aquella no fue la primera condena judicial que recibía el empresario. En diciembre de 1987 ya había sido encontrado culpable en un caso de fraude y condenado a 16 meses de prisión, con resultado inocuo: la sanción se diluyó en el marasmo de las apelaciones y la lentitud burocrática de la maquinaria judicial.
2. Salto a la política en 1994 al frente de Forza Italia
Largamente tentado a entrar en la política profesional, Berlusconi encontró la ocasión propicia en 1993, un año especialmente convulso en la historia republicana por las actuaciones de la judicatura nacional, la cual, dentro de un vasto operativo investigador que dio en llamarse Mani Pulite (Manos Limpias), procesó, mandó encarcelar y llevó a juicio a la flor y la nata de la corrupta partitocrazia tradicional, siendo las consecuencias el colapso o la extinción de la DC, el PSI y sus adláteres habituales –republicanos, liberales y socialdemócratas-, y la sumersión del sistema de partidos italiano en un caos seguido de un vacío que otras fuerzas políticas, hasta entonces minoritarias o marginadas de las instituciones, se aprestaron a llenar.
El beneficiado natural por este naufragio, que ya estaba teniendo una dimensión electoral, era el antiguo Partido Comunista Italiano (PCI), refundado en 1991 como Partido Democrático de la Izquierda (PDS, socialdemócrata), lo que espantaba a los poderes fácticos conservadores atrincherados en la parapolítica, la gran empresa y el mundo financiero. El desafuero parlamentario de Craxi y su procesamiento en varios sumarios por el cobro de comisiones ilegales privó a Berlusconi de su gran aliado en la alta política, pero era toda una casta de gobernantes acostumbrados a traficar con influencias y favores en beneficio suyo y de intereses privados de terceros la que quedaba apartada de circulación.
Peor aún, Fininvest empezó a ser investigado a fondo por los jueces anticorrupción ante el aluvión de indicios, en ocasiones facilitados en sus declaraciones por funcionarios procesados, sobre prácticas de soborno, habituales al parecer, por parte de altos directivos del holding. En octubre, el acoso de la magistratura y el fuerte endeudamiento de la macrosociedad empujaron a Berlusconi a nombrar un nuevo consejero delegado ajeno a la estructura hasta entonces cerradamente familiar y amistosa, prácticamente de clan, de Fininvest; el escogido fue Franco Tatò, consejero delegado de SBE y de Mondadori.
En suma, Berlusconi tenía ante sí un conjunto de poderosas razones que le animaron a dar un paso osado cuando menos, tratándose del dueño de cuatro cadenas de televisión, del dueño de una de las editoriales europeas con más facturación y, con una fortuna estimada en más de 6.000 millones de dólares, de uno de los hombres más ricos de Italia, si no el que más. A finales de octubre, el magnate empezó a enseñar su cartas con su público respaldo a la Asociación para la Búsqueda del Buen Gobierno, un "movimiento político" anunciado por el politólogo Giuliano Urbani, en lo sucesivo uno de lugartenientes intelectuales. En noviembre, causó un revuelo al pronunciarse en apoyo del secretario general del neofascista Movimiento Social Italiano (MSI), pronto denominado Alianza Nacional (AN), Gianfranco Fini, que aspiraba a la alcaldía de Roma.
En diciembre fueron constituyéndose unos clubes regionales que bajo el nombre de Forza Italia (Adelante Italia) y movilizados al modo de las hinchadas deportivas, procedieron a organizar las bases populares y a reclutar los cuadros inferiores de la futura agrupación política del empresario. Mientras organizaba a marchas forzadas su estructura partidista, Berlusconi, sin éxito, intentaba convencer a los dirigentes de la moribunda DC de la necesidad de formar una amplia coalición de fuerzas de centro y derecha capaz de hacer frente al PDS en las elecciones generales de marzo de 1994, convocadas anticipadamente por el presidente de la República,Oscar Luigi Scalfaro, tras la dimisión acordada del Gobierno técnico que desde abril de 1993 encabezaba Carlo Azeglio Ciampi, ex gobernador del Banco de Italia.
El 26 de enero de 1994, luego de expirar su ultimátum a los renuentes líderes democristianos Mino Martinazzoli y Mario Segni para que le secundaran, y seis días después de aprobar la DC su autodisolución tras más de medio siglo de existencia, Berlusconi, con 57 años, oficializó su entrada en la contienda electoral con una alocución emitida por sus televisiones desde el despacho de su suntuoso palacio dieciochesco cercano a Milán, San Martino de Arcore, adquirido en 1973 a una familia de la nobleza lombarda, los Casati Stampa di Soncino.
Con tono solemne y providencial, en un discurso perfectamente hilado, el magnate explicaba que irrumpía en la política nacional porque no quería vivir "en un país no liberal, gobernado por fuerzas inmaduras y por hombres completamente ligados a un pasado política y económicamente fracasado". El partido Forza Italia (FI) nacía con la misión de liderar una "alianza por las libertades" que resultaba "indispensable para oponerse al cártel izquierdista" que el PDS y sus acólitos representaba. Para poder realizar esta empresa, Berlusconi renunciaba con carácter inmediato a todos sus cargos en Fininvest. En efecto, el 29 de enero la titularidad del holding fue asumida por el hasta ahora vicepresidente, Fedele Confalonieri. Sin embargo, Berlusconi retuvo la presidencia del A. C. Milan, y además quedó sin aclarar qué sucedía con sus abundantísimos paquetes accionariales, más allá de si ostentaba o no cargos estatutarios en las empresas de las que era partícipe.
El programa electoral de FI, comunicado por su artífice con las dotes de un avezado showman y promocionado por su agencia Publitalia como un producto estrella de la mercadotecnia, arropándolo con un espectacular despliegue mediático, se basaba en la defensa a ultranza de las libertades personales y económicas y de los valores tradicionales, la reducción del déficit público ("hay que administrar el Estado como se administra una empresa o una familia"), la creación de empleo (el paro superaba ya el 11%) y la lucha contra la Mafia y la corrupción.
Berlusconi, secundado por una cohorte de lugartenientes reclutada en las planas mayores de su parque de empresas y en su extensa red de amigos, socios y clientes, se presentaba como un político de nuevo cuño, sin rémoras del pasado, el único líder limpio y capaz de regenerar todo un sistema político diezmado por los procesos penales de unos jueces empeñados en mandar a pique la Tangentopoli ("Sobornópolis") italiana.
El político-empresario aderezó su agresivo discurso con apocalípticas advertencias contra la llegada de un gobierno dominado por los ex comunistas ("si vence la izquierda volverá el estalinismo") y, como resumen de todos sus compromisos, prometió un "nuevo milagro económico italiano", particularmente necesario en una coyuntura recesiva: 1993 había terminado con un crecimiento negativo del PIB del 0,7%, en paralelo a una tasa de inflación del 4,2%. De entrada, estos mensajes resultaban atractivos para los pequeños y medianos empresarios y para los profesionales liberales, afectados por la conflictividad laboral y la presión fiscal, respectivamente, pero FI, como premio a su estrategia transversal, iba a cosechar muchos votos más entre las clases medias asalariadas que hasta ahora habían votado a la DC, al PRI, al PLI e incluso al PSI.
Tras el fracasado sondeo de los sectores centristas surgidos de la disgregación de la DC, Berlusconi fue capaz de articular con las fuerzas más significativas de la derecha y el centroderecha una alianza que, pese a su escasa cohesión interna y a las patentes divergencias ideológicas entre algunos de sus miembros, parecía viable, por lo menos como trampolín para su vertiginoso salto al Palacio Chigi de Roma, residencia del presidente del Consejo de Ministros de la República Italiana. En la Alianza o Polo de la Libertad, Forza Italia concurría amarrado a cuatro partidos: la AN de Fini, la Liga Norte (LN) de Umberto Bossi, el Centro Cristiano Democrático (CCD), una formación menor surgida de la DC que animaban Pier Ferdinando Casini y Clemente Mastella, y la aún más pequeña Unión de Centro (UdC), fundada por Alfredo Biondi y Raffaele Costa a raíz de la desaparición del PLI.
El problema lo representaba desde ya el impredecible Bossi, un tribuno del soberanismo lombardo proclive a las manifestaciones incendiarias. LN compensaba en parte su ambigüedad ideológica con un programa federalista y hasta separatista para las regiones del tercio norte del país (englobadas en una unidad geográfica denominada Padania) cuyo componente de insumisión fiscal a Roma era susceptible de modularse al liberalismo sin cortapisas que Berlusconi propugnaba. Pero el federalismo radical de la LN chocaba de frente con el nacionalismo centralizador del posfascismo de Fini, quien a su vez podía compartir el lenguaje anticomunista del jefe de FI.
Los aliancistas, a regañadientes, consintieron en no presentar listas conjuntas con Berlusconi en las circunscripciones norteñas, el feudo de los liguistas. En consecuencia, FI acudió a las urnas formando una doble coalición: con la LN en el norte, el denominado Polo de la Libertad, y con la AN en el centro y el sur, dando lugar al Polo del Buen Gobierno; en otras palabras, Berlusconi trabó alianza con Fini y Bossi sin que estos llegaran a aliarse entre sí.
3. Triunfo electoral y el truncado primer Gobierno de coalición
El mensaje de Il Cavaliere, escaso en contenidos pero arrollador por su elevada carga demagógica y mediática, sedujo, hasta extremos insospechados, a un electorado hastiado de una clase política tradicional caída en el oprobio y fascinado por la aureola de as de los negocios de quien le parecía capaz de transmitir esa energía generadora de riqueza y bienestar a una economía nacional lastrada por esquemas obsoletos. Quienes advirtieron que el eternamente bronceado y sonriente Berlusconi, lejos de encarnar el cambio, era un perfecto representante de los denostados usos y modos de la vieja república, sólo que hábilmente disfrazado de salvapatrias e instrumentando a su favor la inmensa influencia social de sus empresas audiovisuales, fueron ampliamente ignorados. Fuera de Italia, y en el resto de países de la Unión Europea en particular, cundió el estupor y la incredulidad por la posible llegada al poder en Roma de un gobierno tricéfalo de empresarios, neofascistas pretendidamente reconvertidos y soberanistas padanos con tics xenófobos.
Pero Berlusconi volvió a demostrar a todo el mundo que lo suyo era ganar. En los comicios del 27 y el 28 de marzo de 1994 sus dos polos obtuvieron conjuntamente el 42,9% de los votos y 366 de los 630 escaños de la Cámara de Diputados, frente al 34,4% y los 213 escaños sacados por la Alianza Progresista que encabezaba el PDS de Achille Occhetto. Se trataba de una mayoría absoluta de lo más holgada. FI fue, a su vez, la fuerza más votada con el 21% de los sufragios y 148 escaños, uno de los cuales, obtenido por el sistema uninominal mayoritario, fue el de Berlusconi, por la tercera circunscripción del distrito Lombardía 1. El sensacional éxito del empresario, con sólo dos meses de experiencia política, no tenía parangón en la historia electoral del viejo continente y aún de todo el mundo occidental.
Berlusconi invirtió más de un mes en negociar el reparto de carteras y el programa común del Gobierno, debiendo ejercer de apagafuegos cuando el forcejeo entre Bossi y Fini se tornaba tormentoso. El primer ministro in péctore sólo prometió al primero, que exigía el Estado federal y una reforma constitucional ad hoc, una imprecisa descentralización tributaria y administrativa, advirtiéndole de paso que la unidad de Italia estaba fuera de toda duda. El jefe liguista amagó con abandonar el Polo, antes de rebajar sus pretensiones de cuotas de poder y de avenirse a un acuerdo que sus signatarios prometían duradero, para toda la legislatura.
El otro y no menos peliagudo asunto, ya puramente personal, el del posible conflicto de intereses, pretendió Berlusconi dejarlo zanjado con la designación de tres juristas de prestigio que actuarían como garantes de la correcta separación de sus esferas empresarial privada, por un lado, y política pública, por el otro, hasta que se determinara una "fórmula legislativa" para resolver definitivamente la cuestión. Uno de los temores más aventados por los críticos y adversarios de Berlusconi era que éste cediese a la tentación de ejercer un control político, imponiéndoles una línea editorial, sobre las cadenas de la RAI, es decir, la competencia objetiva de sus televisiones particulares.
Legalmente, Berlusconi ya no era directivo de ninguna empresa, pero seguía siendo, directamente o a través de sus familiares, accionista en mayor o menor grado de buen número de sociedades, empezando por las televisiones de Mediaset. Berlusconi se confesaba más partidario de "ceder" que de vender propiedades, sobre todo porque no creía que pudieran ofrecerle "un precio justo" por un gigante como Fininvest. El problema jurídico no era baladí, pero ello no detuvo el proceso institucional. El 28 de abril el presidente Scalfaro encargó formalmente a Berlusconi la formación del Gobierno.
La histórica asunción gubernamental tuvo lugar el 11 de mayo de 1994. En su primer Gabinete, Berlusconi estaba secundado por dos vicepresidentes, Giuseppe Tatarella, de AN, y Roberto Maroni, de la LN. Gianni Letta, un fiel servidor que venía desempeñando múltiples cometidos en Fininvest desde la creación del holding, fue nombrado subsecretario de Estado adjunto a la Presidencia del Consejo. De los 25 ministerios, de los que seis no tenían cartera, FI se reservó siete, entre ellos los de Asuntos Exteriores, para Antonio Martino, Defensa, para Cesare Previti, abogado y asesor legal de Berlusconi desde hacía dos décadas, y Finanzas, para Giulio Tremonti. La LN obtuvo cinco ministerios (inclusive Interior, para Maroni), otros tantos la AN, el CCD dos y uno la UdC. Cinco puestos fueron para personalidades independientes, la más destacada de las cuales era el tecnócrata Lamberto Dini, hasta la fecha director general del Banco de Italia, que se hizo cargo del Tesoro.
Berlusconi irradiaba autoconfianza, pero desde el primer día de su gestión hubo de enfrentar un ambiente profundamente hostil, avivado por los muchos y poderosos enemigos que tenía, por supuesto, en la política, pero también en el sector privado y en los diversos ambientes sociales y culturales. El PDS, que siempre entrevió tras el desembarco político de Berlusconi el temor del empresario a un endurecimiento por un eventual gobierno de la izquierda de la legislación que regulaba el sector audiovisual, en tanto que principal partido de la oposición, exigió reiteradamente al primer ministro que se desprendiera efectivamente del imperio Fininvest, donde obviamente seguía mandando, pero el estadista insistió en que él ya no dirigía corporaciones y que no había conflicto de intereses.
El caso fue que el primer ministro se encargó de atizar la polémica que envolvía a su persona con una serie de actuaciones controvertidas. El anuncio de una drástica reordenación de la RAI para corregir su fuerte déficit y la línea antigubernamental que, en su opinión, exudaban sus programas, precipitó la dimisión en bloque del Consejo de Administración del ente público a últimos de junio. El 12 de ese mes tuvieron lugar las elecciones al Parlamento Europeo y Berlusconi, a sabiendas de que no podría ocupar su escaño en Bruselas por incompatibilidad institucional, se presentó como el cabeza de lista de su partido. La argucia funcionó muy bien: FI ascendió al 30,6% de los votos y debutó en el hemiciclo europeo con 27 de los 87 puestos asignados a Italia,
La polvareda del caso RAI devino tempestad el 14 de julio a raíz de un decreto-ley gubernamental, aprobado en la víspera por la vía urgente, que ordenaba la excarcelación de todos los acusados por corrupción no condenados y protegía de la prisión preventiva a los procesados por delitos económicos, a los que sólo podría aplicárseles el arresto domiciliario. El primer ministro justificó la medida porque Italia no podía "convertirse en un Estado policiaco". El sarcásticamente llamado "decreto salva-Craxi", por entender sus críticos que Berlusconi lo que buscaba era librar de la persecución judicial al antiguo mandamás socialista (quien se encontraba en Túnez como prófugo de la justicia italiana) y a otros antiguos capitostes de la anterior época, concitó un rechazo social tan ruidoso que el ministro de Justicia de FI, Alfredo Biondi, hubo de corregir el texto en un sentido más restrictivo antes de someterlo al Parlamento como un proyecto de ley ordinario.
Pero el primer ministro parecía estar más preocupado por los problemas judiciales de su entorno más cercano que por los de Craxi. Antes de terminar el mes, los jueces milaneses dictaron sendas órdenes de procesamiento y prisión cautelar contra Paolo Berlusconi, ahora mismo accionista mayoritario de Fininvest, por presunto soborno de agentes de la Guardia de Finanzas (policía judicial contra delitos económicos) para evitar inspecciones en las empresas Telepiù, Mediolanum y Videotime. El hermano menor ya había sido arrestado por unas horas en febrero, y ahora se entregó a la Policía para someterse al interrogatorio judicial.
El 29 de julio, por sorpresa y adelantándose a lo contemplado en el proyecto de ley en fase de elaboración, Berlusconi anunció su intención de transferir temporalmente sus derechos sobre Fininvest a un gestor de confianza; entretanto, un "alto comité de vigilancia y garantía" nombrado por Scalfaro y los presidentes de las dos Cámaras del Parlamento escrutaría los conflictos de intereses que pudieran surgir. El presidente de la República dejó en el limbo este plan de separación de responsabilidades al indicar que no se ajustaba a la Constitución.
Enfrascado en estas controversias jurídicas, el Gobierno detrajo tiempo y energías al acometimiento de medidas para corregir el desequilibrio de las finanzas públicas, lo que generó desconfianza en los mercados financieros, provocando a su vez el desplome de la lira y de la Bolsa, y el repliegue de los inversores extranjeros. Además, el desempleo experimentó un repunte, alcanzándose la tasa del 12%. Las diligencias judiciales contra altos directivos de Fininvest sospechosos o acusados de corrupción, más la huelga general realizada por los sindicatos el 14 de octubre contra el liberalismo económico del Gobierno en general y contra la reforma estructural del sistema de pensiones en particular, se tradujeron en una substancial pérdida de votos para FI en las elecciones regionales y municipales del 21 de noviembre.
El nadir del caótico primer Gobierno Berlusconi llegó en plena resaca del batacazo electoral, el 22 de noviembre. Ese día, tras varias semanas de insistentes rumores que apuntaban a este desenlace, el primer ministro recibió un aviso de garantía o citación judicial para declarar en Milán como sospechoso de complicidad en un delito de corrupción a funcionario público, consistente en el pago por sus empresas de dos sobornos por valor de 330 millones de liras a miembros de la Guardia de Finanzas. Se trataba del mismo caso por el que su hermano ya estaba procesado. La mala noticia presentó visos de pública humillación, ya que la notificación judicial le llegó a Berlusconi justo cuando presidía en Nápoles una reunión de la ONU contra el crimen organizado.
Difícilmente podía hablarse de mera coincidencia, así que los partidarios del gobernante pusieron el grito en el cielo, denunciando una conspiración. El afectado salió inmediatamente al paso para defender su inocencia y la de la Paolo, presentar a éste último, antes bien, como la "víctima de las extorsiones" de funcionarios corruptos, arremeter contra el "abuso e instrumentación infames de la justicia penal" y, sobre todo, subrayar que no pensaba dimitir. Fini respaldó a su socio, pero Bossi ya daba al Gobierno, que sólo tenía seis meses de vida, por consumido.
En los días siguientes, Berlusconi intentó aflojar el dogal que le apuraba anunciando la "venta" de todas sus empresas ("el resultado de más de cuarenta años de trabajo") mediante su capitalización en bolsa y plegándose a la demanda de los sindicatos, que amenazaban con otra huelga general, del aplazamiento de la reforma de las pensiones por jubilación y su tratamiento presupuestario con cargo a una subida de los impuestos. El 11 de diciembre, tras jurar "sobre la cabeza de mis hijos" ser inocente y encajar la declaración por el Tribunal Constitucional de la inconstitucionalidad de la Ley Mammì de 1990, Berlusconi se sometió en la Audiencia de Milán a un interrogatorio en el que negó la existencia de cualquier documento o testimonio que pudiera incriminarle en delito alguno. En el Parlamento, la oposición cocinaba ya varias mociones de censura.
El golpe de gracia lo asestó el propio Bossi el 17 de diciembre con el anuncio de que la LN se disponía a presentar una moción de censura contra el Gobierno –insólita perspectiva- del que era miembro al alimón con el Partido Popular Italiano (PPI, principal formación surgida de las cenizas de la DC, de signo centrista). El líder padano justificó su decisión por el incumplimiento de los acuerdos poselectorales, pero su irritación tenía un componente de alarma al comprobar cómo FI estaba succionando a algunas decenas de diputados de su grupo, integrado por 116 miembros. Con todo, el grueso de la bancada liguista se mantenía fiel a su jefe, convirtiendo en poco menos que imposibles los desesperados intentos de Berlusconi de subsanar, estimulando el transfuguismo, la amplia minoría parlamentaria en que había quedado el oficialismo. El primer ministro se mostró dispuesto a someterse a una moción de confianza y, si la perdía, a continuar gobernando en minoría con el preceptivo consentimiento del presidente Scalfaro; fuera de eso, la única alternativa que contemplaba era el adelanto electoral.
El 22 de diciembre de 1994, anticipándose a la votación de las tres mociones de censura y en lugar de presentar la moción de confianza, Berlusconi, "con gran decepción", dio por finiquitada la legislatura y horas más tarde, ya fuera del hemiciclo, notificó su dimisión. La sesión parlamentaria transcurrió sin la tensión de la víspera, cuando el dimisionario en ciernes se enzarzó en un virulento intercambio de reproches e insultos con el hombre, Bossi, que había sido su socio y que, una vez perdonada la presente "traición", iba a volver a serlo. En la misma jornada, probablemente la más negra en la carrera del empresario-político, Paolo Berlusconi fue condenado a siete años de cárcel y a 10 millones de liras de multa como culpable de un delito de violación de la ley de financiación de partidos, en relación con un pago realizado a la extinta DC a cambio de la adjudicación de obras en Lombardía.
La prematura caída, tan aparatosa como su fulminante ascenso, en medio de una fenomenal bronca parlamentaria, del Berlusconi gobernante supuso un mazazo a las esperanzas de normalización de la vida política italiana, tras tres años de convulsiones a la sombra deTangentopoli y medio año después de la inauguración oficiosa de la denominada II República. El 13 de enero de 1995, Scalfaro, ignorando la solicitud del primer ministro en funciones de que le permitiera someter al Parlamento la investidura de un gobierno "Berlusconi-bis" y, si no prosperaba aquella, que convocase elecciones, encargó al ministro Dini la formación de un gobierno técnico, sin base de partidos. El 17 de enero Dini tomó oficialmente el relevo al hasta ahora su jefe en el Consejo.
En su efímero mandato, Berlusconi sostuvo reuniones bilaterales con el presidente estadounidense Bill Clinton (el 2 de junio en Roma), el canciller alemán Helmut Kohl (el 16 de junio en Bonn) y el presidente francés François Mitterrand (el 16 de diciembre en París); además, fue el anfitrión de la vigésima Cumbre del G-7, en Nápoles del 8 al 10 de julio, marco en el que departió con el presidente ruso Borís Yeltsin. Ahora bien, la participación del partido de Fini en el Gobierno y, en menor medida, el perfil empresarial de Berlusconi tuvieron un efecto en la política exterior de Italia que pudo calificarse de enfriamiento de las relaciones con los socios y aliados más cercanos.
4. Travesía en la oposición y acoso judicial por casos de corrupción
Berlusconi, lejos de volver a ocuparse de sus negocios con carácter exclusivo, se quedó firmemente asentado en la política, acaudillando el principal grupo del Parlamento y dispuesto a regresar al poder a la primera oportunidad electoral. Tal escenario se adelantó, incluso más de lo que le habría gustado, a la primavera de 1996, luego de retirar, en parte arrastrado por su aliado Fini, el apoyo parlamentario a Dini y verse obligado el primer ministro a presentar la dimisión en enero de ese año.
Hasta entonces, Berlusconi no dejó de ser noticia, más que por su actividad política, por sus líos con la justicia y sus tejemanejes empresariales. El 20 de mayo de 1995 la Fiscalía de Milán le acusó formalmente de cohecho y solicitó su procesamiento. Tal medida no se hizo esperar para Marcello dell'Utri, presidente y consejero delegado de Publitalia, detenido bajo la acusación de orquestar una trama generadora de dinero negro. La espada de Damocles judicial no detuvo los negocios de Berlusconi, que a mediados de julio cerró la venta del 20% del capital de Mediaset a tres compradores extranjeros; entre ellos descollaba el magnate alemán de las comunicaciones Leo Kirch, un negociante que conocía bien y con el que en 1999 iba a formar la sociedad paritaria Epsilon MediaGroup. En 1995 Fininvest fundó también Medusa Film para la producción y distribución de películas; en pocos años, la compañía iba a convertirse en el líder del sector en Italia.
La operación fue facilitada por el resultado de los referendos del 11 de junio, en los que los italianos votaron mayoritariamente contra la propuesta de limitar a una las cadenas televisivas que podían poseer las empresas mediáticas y, sorprendentemente, contra la fijación de restricciones a las interrupciones publicitarias en la televisión. La consulta había sido impulsada por los partidos del centro-izquierda y estaba dirigida sin lugar a dudas contra Berlusconi, así que su resultado negativo no pudo menos que considerarse un triunfo clamoroso del líder de FI, quien llegó a temer seriamente por su imperio televisivo y que ahora respiró aliviado.
El 14 de octubre de 1995 Berlusconi se unió a su hermano Paolo en la condición de procesado por el soborno a la Guardia de Finanzas. En el sumario se enumeraban cuatro pagos ilegales efectuados entre 1989 y 1994 por un total de 380 millones de liras para evitar o suavizar inspecciones fiscales a Videotime, Mondadori, Telepiù y Mediolanum. El juicio comenzó en Milán el 17 de enero de 1996 y Berlusconi, siguiendo a pies juntillas la máxima de que la mejor defensa es un buen ataque, destinó su primera comparecencia ante el tribunal a fustigar ferozmente a los jueces de Manos Limpias. A principios de abril, en plena campaña electoral, Berlusconi vendió el 28% de la cuota de Fininvest en Mediaset a la financiera Morgan Stanley, el grupo inglés BZW del Barclays Bank y a la Abu Dhabi Investment State Authority.
Su victimismo frente a los jueces, la escenificación de una desconcentración de poder empresarial y las habituales advertencias contra el peligro "neocomunista" no le fueron suficientes a Berlusconi para batir al centro-izquierda en las elecciones legislativas del 21 de abril de 1996, en las que el Polo de la Libertad, integrado por FI, la AN, el CCD, los Cristianos Democráticos Unidos (CDU, una escisión del PPI liderada por Rocco Buttiglione) y la Lista Pannella-Sgarbi, pero no por la LN, que prefirió concurrir por separado, cayó a los 246 diputados con el 42,1% de los votos computados en el sistema proporcional. FI obtuvo 123 escaños y el 20,6% de los sufragios, un desgaste moderado que fue esgrimido por Berlusconi para denunciar su derribo parlamentario en 1994 como una maniobra atentatoria contra el respaldo en las urnas de ocho millones de italianos, aunque esta vez, en lugar de centrar sus críticas en Bossi, arremetió contra el PDS, a la sazón el primer partido del país desbancando a FI, y sus simpatizantes en la judicatura, la prensa y los cenáculos intelectuales.
El Gobierno quedó en manos de la nueva y más articulada coalición del centro-izquierda italiano, El Olivo, formado por el PDS de Massimo D’Alema, el PPI de Gerardo Bianco, la Unión Democrática (UD) de Antonio Maccanino, la Renovación Italiana (RI) de Dini y otras tres agrupaciones menores. Su cabeza electoral, Romano Prodi, formó el 18 de mayo un gobierno que confiaba en enmendar su minoría parlamentaria de 284 diputados con un pacto de legislatura con el Partido de la Refundación Comunista (PRC).
Convencido como estaba de que le habían desalojado del Ejecutivo con malas artes, como líder de la oposición a los gobiernos del Olivo Berlusconi exhibió una actitud intransigente y se aplicó en la labor de zapa, buscando la caída de sus adversarios y las elecciones anticipadas. FI, pese a sus compromisos iniciales, obstruyó sistemáticamente los debates parlamentarios para la reforma constitucional, que debió haber allanado el camino para la adopción de un tipo de Estado federal e introducido el poder ejecutivo de tipo semipresidencialista en el sistema de gobierno. Los trabajos de la comisión bicameral ad hoc quedaron en punto muerto a mediados de 1999.
De todas maneras, el líder de FI no tuvo que esforzarse demasiado en su guerra de desgaste, ya que el centro-izquierda, pese a sus realizaciones en la gestión económica, se socavó a sí mismo, víctima de su excesiva fragmentación y de sus inconsistencias ideológicas: en octubre de 1998 Prodi hubo de dimitir por el desvalimiento del PRC y en abril de 2000 su sucesor, D’Alema, continuó sus pasos a rebufo del revés sufrido por el Gobierno en las elecciones regionales.
Los comicios sonrieron, con avances significativos en el Mezzogiorno y el Lazio, a la nueva coalición nucleada en torno a FI y participada por la LN, la Casa de las Libertades. Estas elecciones, prolongando el ímpetu exhibido en las europeas de junio de 1999, cuando FI recobró la primacía nacional con el 25,2% de los sufragios, y anteriormente en las municipales de 1998, permitieron a Berlusconi afrontar con la mayor de las confianzas las elecciones generales de 2001.
Ante el referéndum de mayo de 2000 sobre la reforma de la ley electoral para sustituir el sistema instaurado en 1993, de tipo mixto, por otro de tipo mayoritario, Berlusconi propugnó la abstención, pese a favorecer a su partido este cambio, guiado por el cálculo de que un fracaso de la consulta acarrearía un nuevo y tremendo desgaste al Gobierno del centro-izquierda, como así fue. Aun y todo, durante el Gobierno de D’Alema el líder opositor accedió a adoptar algunos pactos transversales en el Parlamento, como el que en mayo de 1999 aupó a Carlo Azeglio Ciampi a la Presidencia de la República, reemplazando a un estadista, Scalfaro, que situaba entre sus enemigos más preclaros.
Del 16 al 18 de abril de 1998 FI celebró en Milán su I Congreso, que Berlusconi orientó al refuerzo de la alianza con Fini. No obstante, en los meses siguientes se especuló con que el magnate estaría planeando un giro al pragmatismo, aligerando la carga liberal, con el fin de otorgar a su partido la titularidad del centro político italiano, dejado huérfano por aquel partido poliédrico que había sido la DC, y cuyo inmenso hueco el PPI y Los Demócratas de Prodi, partidos de fuelle bastante limitado, no conseguían abarcar. Pero semejante estrategia plantearía serias dificultades con la muy derechista AN. Aquella expectativa no se concretó y Berlusconi se reafirmó en su liberalismo por encima de todo, liberalismo promercado y liberalismo individual, que presentaba como una ardiente defensa de la libertad, derecho natural e inalienable del hombre, en todas sus formas.
La relativa vaguedad, por mezcolanza, ideológica de FI, donde convivían en aparente armonía, sin los cauces de unas facciones que no existían y sometidos dócilmente al mando omnímodo del fundador y líder –una maleabilidad que suscitó el remoquete ocasional del "partido de plástico"-, desde libertarios de derecha hasta progresistas sociales con un pie en la socialdemocracia, pasando por seguidores confesionales de la doctrina social de la Iglesia y laicos mayormente interesados en el progreso material privado, no facilitaba su ingreso en el Partido Popular Europeo (PPE), en el cual compartiría espacio con los principales partidos conservadores y cristianodemócratas del continente. Transcurridos cuatro años desde el comienzo de su aventura política, FI y su jefe seguían teniendo problemas para conquistar grandes simpatías fuera de Italia.
Sin embargo, Berlusconi ganó a dos importantes abogados para su causa, el presidente del Gobierno español José María Aznar y el canciller Kohl. En mayo de 1998 FI obtuvo la membresía en el PPE sin que su presidente, el ex primer ministro belga Wilfried Martens, planteara objeciones. En junio siguiente, el Grupo del PPE en el Parlamento Europeo aprobó la adhesión de los 22 diputados de FI, entre ellos el propio Berlusconi, recién elegido, "a título individual". En octubre de 1999 FI entró oficialmente en el PPE como miembro pleno, sellando el éxito europeo de Berlusconi.
En los cinco años que duró su primera legislatura íntegramente en la oposición, la saga empresarial y judicial de Il Cavaliere añadió nuevos y voluminosos capítulos. El 30 de abril de 1996, pocos días después de perder su fundador y patrón de facto las elecciones generales, Mediaset firmó con la compañía British Telecom (BT) un acuerdo en virtud del cual el consorcio televisivo tomaba una participación del 30% en Albacom Industriale, la sociedad mixta para las comunicaciones por telefonía fija constituida por BT y la Banca Nazionale del Lavoro (BNL), y estas dos a su vez se hacían con el 2,4% del capital de Mediaset. Con esta última operación, la participación de Fininvest en Mediaset cayó por debajo del 70%. Pero la cuota se redujo mucho más, hasta el 36% al cabo de una década, como resultado de la salida a cotización en la Bolsa de Milán de Mediaset –junto con Mediolanum- a principios de julio de 1996.
En 1996 Mediaset, BT y BNL se aliaron para competir por la adjudicación de la tercera licencia de telefonía móvil en Italia, luego de ver birlada en marzo de 1994 la segunda licencia el consorcio formado por Fininvest y la FIAT, Unitel, a manos de Omnitel, la operadora de Olivetti. Con la adición de la noruega Telenor y las italianas INA e Italgas, Mediaset, con una cuota del 25%, pasó a integrar la sociedad sexpartita Picienne Italia, que materializó su oferta de adquisición de la tercera operadora de telefonía móvil en abril de 1998. Se trataba de una apuesta complicada, ya que el Gobierno de Prodi, por razones políticas, difícilmente tomaría una decisión que permitiera a Fininvest dar un buen bocado en este sector tecnológico, ahora mismo el de más rápido crecimiento y el que más beneficios prometía. Sin sorpresas, la licencia fue para el consorcio Wind, integrado por Enel, Deutsche Telekom y France Telecom.
Tras este segundo asalto fallido a la telefonía celular, Fininvest acentuó la estrategia de concentrar sus intereses en los medios de comunicación y la industria del entretenimiento, y en las líneas de negocio que abrían las nuevas tecnologías de la información, como Internet. Así, se deshizo de los grandes almacenes Standa y, liquidando su presencia en el sector inmobiliario, de Edilnord. A cambio, el holding sacó al mercado el directorio Pagine Utili e incursionó en el subsector de la banca directa, del que se convirtió en pionero en Italia, con la apertura de Banca Mediolanum. Mediaset, ya en el año 2000, abrió la empresa de servicios digitales Mediadigit, convirtiéndola en la subsidiaria, integrada en la gestora de contenidos televisivos Reteitalia-RTI, responsable de los canales temáticos y de los servicios de teletexto e Internet.
En julio de 1996 Berlusconi dispuso una amplia remodelación en la cúpula de Fininvest destinada a dar más autonomía corporativa a Mediaset. Confalonieri cedió la presidencia del holding al abogado Aldo Bonomo para concentrarse en la presidencia del consorcio televisivo. El Consejo de Administración fue también ampliamente renovado, saliendo del mismo veteranos dirigentes como Adriano Galleani, Marcello dell'Utri y Giancarlo Foscale, todos ellos con problemas judiciales. No así los hijos del fundador, Pier Silvio y Marina Berlusconi, quien de paso ascendió a vicepresidenta, lo que vino a reforzar el componente familiar del holding. La mudanza se hizo coincidir con la publicación del balance de resultados de 1995, consistente en un beneficio de 425.000 millones de liras frente a los 77.900 millones de pérdidas anotadas en 1994.
Hiperactivo y siempre en el candelero, Berlusconi, mientras se entregaba a la alta política y la alta empresa, aún sacaba de sí energías para disputar su particular carrera de obstáculos judicial, que no obstante ser en extremo accidentada fue capaz de sortear como el más ágil de los escurridizos: procesado, juzgado y condenado reiteradamente, Il Cavaliere no sólo no llegó a pasar un día en prisión, sino que en ningún momento pareció tomarse en serio la amenaza carcelaria.
El 12 de julio de 1996, mientras aguardaba sentencia en el juicio por el soborno a la Guardia de Finanzas, el ex primer ministro fue incriminado en el proceso All Iberian, una sociedad fantasma ubicada en paraísos fiscales y vagamente vinculada a Fininvest que en 1991 presuntamente había girado ingresos por valor de 10.000 millones de liras al PSI, violando la ley de financiación de partidos. El 3 de diciembre de 1997 la sección sexta del Tribunal de Milán le dictó en primera instancia una condena a 16 meses de prisión más una multa de 50 millones de liras por el delito de contabilidad fraudulenta en la compra en 1987 por Reteitalia-RTI de la antigua distribuidora de cine Medusa. El condenado apeló. El 9 de mayo de 1998 le sobrevinieron sendos autos de procesamiento por dos casos de corrupción relacionados con la editorial Mondadori y la empresa de alimentación SME.
El 7 de julio de 1998 el juicio seguido en la sección séptima del Tribunal de Milán por el soborno a la Guardia de Finanzas concluyó con otra condena a dos años y nueve meses de reclusión. Por el contrario, su hermano Paolo fue absuelto. El reo reaccionó con la contundencia habitual: "Cuando se usa el arma de los procesos políticos para eliminar a la oposición democrática es que ya no se vive en una democracia, sino en un régimen", manifestó. Menos de una semana después, el 13 de julio, vino una tercera sentencia condenatoria, tras dos años de proceso, la del magistrado que juzgaba el caso All Iberian sobre la financiación ilegal del PSI: esta vez a Berlusconi le cayeron dos años y cuatro meses de prisión más una multa muy fuerte, de 10.000 millones de liras.
Ahora bien, Berlusconi no pisó la cárcel en ninguno de los casos al presentar los correspondientes recursos y quedar la ejecución de las sentencias en suspenso, dado que las penas de prisión eran inferiores a tres años. La condena en el caso All Iberian desembocó en octubre 1999 en una casación favorable a la apelación con sentencia de prescripción del delito juzgado. El 9 de febrero de 2000 el Tribunal de Apelación de Milán absolvió al reo del delito de fraude sentenciado en 1997 y el 9 de mayo hizo lo propio con la condena de 1998 por el caso de cohecho. El 19 de junio del mismo año, en su tercera victoria judicial en cuatro meses, Berlusconi quedó exonerado de la acusación de soborno a un magistrado con el objeto de obtener un arbitraje favorable a su propiedad sobre Mondadori en 1991; el juez instructor no veía indicios de delito.
Este carpetazo provisional –que no definitivo, ya que el caso conocido como Lodo Mondadoricontinuaría generando autos en los tribunales, hasta que en noviembre de 2001 la Corte Suprema de Casación dictó la absolución definitiva bajo la fórmula de delito prescrito- redujo a cuatro, siendo All Iberian 2 y SME los más procelosos, tras haber tenido hasta una decena, los litigios judiciales abiertos en Italia por presunta corrupción. Todos los anteriores se cerraron, bien por prescripción del delito, bien por valoración más benigna en segunda instancia de las pruebas acusatorias. Las tácticas dilatorias de Berlusconi y sus abogados, centradas en el recurso sistemático, habían funcionado hasta ahora muy bien, e iban a seguir haciéndolo.
Fuera del país, el 21 de junio de 2000 el juez español Baltasar Garzón, el mismo que había reclamado al Reino Unido la extradición del ex dictador chileno Augusto Pinochet, solicitó al Parlamento Europeo el levantamiento de la inmunidad de Berlusconi, y de paso la de dell'Utri, para procesarle por unos delitos de falsedad documental y fraude fiscal, cometidos presuntamente entre 1990 y 1993, para ocultar la participación de Fininvest en el accionariado de la empresa española Gestevisión-Telecinco, de la que Berlusconi era entonces vicepresidente, por encima del límite del 25% que establecía la legislación española. El líder italiano encontró otro motivo para trasladar sus tribulaciones judiciales al terreno del complot político, ejecutado supuestamente por unos jueces que obrarían por inquina personal o por connivencia con las fuerzas de la izquierda.
5. Gran victoria sobre el centro-izquierda y retorno al poder en 2001
La conciencia por El Olivo y los Demócratas de Izquierda (DS, denominación del PDS desde febrero de 1998) de las excelentes perspectivas en las próximas elecciones generales de la renovada coalición de Berlusconi, la Casa de las Libertades, resucitó un proyecto de ley sobre la vigilancia del conflicto de intereses que en su versión debatida en 1998, menos severa, había quedado empantanada en el Parlamento. El 27 de febrero de 2001, rigiendo el Gobierno presidido por el socialista independiente Giuliano Amato, el Senado aprobó un texto que prohibía de forma taxativa a cualquier miembro del Gobierno el ejercicio de actividades empresariales de relevancia y al primer ministro en particular la posesión de un patrimonio superior a los 15.000 millones de liras.
La ley estaba dirigida, obviamente, contra Berlusconi, quien, pese a que el texto no iba a tener tiempo de entrar en vigor antes de las elecciones, se apresuró a anunciar la venta de sus propiedades y participaciones empresariales antes de poder hacerse con un mandato ejecutivo. La cuestión se avivó cuando prestigiosas cabeceras de la prensa económica occidental, como The Economist, The Herald Tribune y el Financial Times, opinaron sobre la "anomalía" italiana, que permitía a la principal fortuna privada del país llegar al Gobierno, y valoraron como doblemente "inadecuada" la candidatura del magnate por el alto riesgo de colisión de intereses y sus cuentas pendientes con la justicia, con dos procesos penales abiertos.
Berlusconi habló de ceder todas las acciones que le quedaban en Mediaset, en una sociedad que se crearía a tal efecto, a sus cinco hijos y a un grupo de empresarios encabezados por el magnate australiano-estadounidense de prensa y televisión Rupert Murdoch, pero sólo después de ganar las elecciones, a menos que se detectara una caída en las encuestas de intención de voto ligada a este punto. El equipo del candidato reconocía la dificultad que representaba compatibilizar su doble perfil para el hombre que la revista Forbes situaba, con un patrimonio cuantificado ya en los 10.300 millones de dólares, en el vigesimonoveno puesto de su lista mundial de multimillonarios; en la misma, el italiano aparecía como el octavo hombre más rico de Europa y el primero de su país.
Buena parte la campaña electoral pivotó sobre este controvertido tema, la misma legitimidad, que no la legalidad, de la aspiración de Berlusconi a presidir el Consejo de Ministros. Pero, pese al casi unánime desamor internacional, llegando a insinuar los socios comunitarios que someterían a observación democrática un eventual ejecutivo de la Casa de las Libertades (aunque sin llegar a adoptar medidas, como recientemente había sucedido con Austria por la coalición entre popular cristianos y liberales de extrema derecha, puesto que Italia era uno de los países grandes y fundadores de la Comunidad), y pese a las advertencias del candidato de El Olivo, el ex alcalde romano Francesco Rutelli, contra "una concentración de poder sin igual en una democracia europea", Berlusconi proyectó en todo momento una sensación de ganador.
Por otro lado, el escándalo generado por la emisión el 14 de marzo por la RAI de un programa en el que el periodista Marco Travaglio, autor junto al diputado del DS Elio Veltri del libro L'odore dei soldi, acusaba a Berlusconi y a Dell'Utri de haber aceptado de la Mafia en la década de los setenta ingentes sumas de dinero negro para ser reciclado en negocios legales y de paso engrasar los proyectos empresariales del primero, no dañó las perspectivas electorales del jefe opositor. Luego, una vez retornado al Palacio Chigi, Berlusconi no se iba a olvidar de ajustar cuentas con Travaglio y su editor, Editori Riuniti, a los que añadió a su lista de demandados por injurias y calumnias emprendiendo contra ellos una acción civil con reclamación de 50 millones de euros.
Como en las anteriores convocatorias electorales, el jefe de FI articuló un discurso rudo, tendente a dramatizar la lid en las urnas como si el país estuviera en una encrucijada histórica en la que debía decidir entre la plenitud de libertades que ellos garantizaban y el Estado fiscalizador y menoscabador que El Olivo supuestamente representaba. Berlusconi aseguró haber recibido amenazas de muerte y evocó un supuesto plan de atentado contra su vida "organizado en el extranjero". Todo un ambiente hostil y conspirativo que ligó a "la ola de odio desencadenada por la izquierda".
La Casa de las Libertades era una coalición virtualmente idéntica al Polo de la Libertad de 1994, sólo que más amplia. Los socios de FI eran la AN de Fini, la LN de Bossi y el CCD de Casini, los Cristianos Democráticos Unidos (CDU, escindidos del PPI en 1995) de Rocco Buttiglione, el viejo PRI, mantenido a flote por Francesco Nucara, y un grupúsculo socialista de reciente fundación llamado Nuevo PSI, cuyo conductor era el craxiano ex ministro de Exteriores Gianni De Michelis. El socio más perturbador era el reintegrado Bossi, que se había descolgado con manifestaciones de solidaridad con el dirigente populista de derechas y xenófobo austríaco Jörg Haider, y aventado opiniones embarazosas sobre la inmigración, para la que pidió una "tolerancia cero", o los homosexuales, a los que equiparó con los pederastas.
Aunque había sido el causante de su derribo del poder en 1994, Berlusconi hizo borrón y cuenta nueva con el apologista de la Padania, la ficticia entidad territorial del norte de Italia, y volvió a aceptarlo en el mismo proyecto junto con Fini. Las visiones de liguistas y aliancistas de la ordenación territorial del Estado italiano seguían siendo antitéticas, pero sus respectivos graneros de votos, en el norte y el sur respectivamente, constituían un formidable valor electoral.
Aún arrancando reprobaciones dentro de la Casa de las Libertades, Berlusconi no tuvo reparos en pactar unos acuerdos circunscritos a Sicilia con la pequeña formación fascista Llama Tricolor. Antes de los comicios, uno de los que abandonaron la nave fue el ex presidente de la República Francesco Cossiga, personalidad intrigante que, pese a su nula proyección partidista, se las había arreglado para sostener el segundo gobierno de D’Alema con componendas parlamentarias.
El programa de Berlusconi, empero, presentó una traza más consistente que el del debut de 1994. El mismo hacía hincapié en las recetas del liberalismo económico y en una profunda reforma autonómica para ganar el voto del rico y poblado norte, sociológicamente -algunos bastiones de la izquierda aparte- escorado al centroderecha. En materia fiscal, capítulo obviamente prioritario para un político con mentalidad empresarial, el líder opositor defendió reducciones de hasta un 33% en los distintos tramos del impuesto sobre la renta, exenciones totales para las rentas más bajas y la desaparición de algunos tributos, como los impuestos de sucesiones y donaciones.
Tan masiva era la reducción de tributos propuesta que Berlusconi, en una salida heterodoxa, sugirió la necesidad de aumentar el déficit público, lo que chocaba con el espíritu y la letra del Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC) de la UE. En cuanto a la reforma del Estado, la Casa de las Libertades apostaba por una drástica disminución de la burocracia administrativa e institucional, una mayor presencia de las nuevas tecnologías en la gestión pública, la elegibilidad del presidente de la República por sufragio directo y la transferencia a las regiones de competencias sobre educación, salud y orden público.
En lo referente a jubilaciones, caballo de batalla de las movilizaciones sindicales de 1994 contra su primer gobierno, Berlusconi bosquejó sin más precisiones una elevación del mínimo a percibir. Temas como la inmigración, la protección medioambiental o la política europea quedaron relegados en la presentación de propuestas. El capítulo laboral sí mereció mayor extensión, con una apuesta exclusiva por la empresa privada como generadora de empleo. Al Estado le correspondería incentivar la contratación de trabajadores combinando descargas fiscales a las empresas familiares, ayudas directas a los patronos y una mayor flexibilidad legal con la entrada en vigor de nuevos tipos de contratos.
Como escenificación de estos compromisos, Berlusconi presentó y firmó en la televisión un "Contrato con los italianos" que de alguna manera ligaba su suerte política al cumplimiento del grueso de los puntos arriba citados. Seguro como estaba de su victoria, prometió sacar adelante una "revolución" en la estructura del Estado y hacer de su gobierno "una máquina eficiente" durante los cinco años de una legislatura que, estaba convencido, iba a agotar sin crisis ni convulsiones, un escenario inédito en la historia reciente de Italia.
Si bien los gobiernos de Prodi y D’Alema habían dejado un panorama económico positivo y El Olivo, con Rutelli al timón, había escorado su discurso al centrismo y la moderación en todos los aspectos, la imagen de un centro-izquierda poco estructurado y rehén de los pequeños partidos que tenían la llave de la mayoría parlamentaria, más las habilidades mediáticas de Berlusconi, jugaron en favor de un vuelco político espectacular en la jornada electoral del 13 de mayo de 2001.
La Casa de las Libertades ganó la mayoría absoluta en las dos cámaras del Parlamento, que en el caso de la Baja se tradujo en los siguientes resultados: la coalición de siete partidos obtuvo 368 diputados frente a los 241 sumados por las cuatro listas agrupadas en el nuevo Olivo (las del DS, La Margarita, el Girasol y el Partido de los Comunistas Italianos, PDCI), y el 49,6% de los votos computados por el sistema proporcional. El centro-derecha subía en escaños, pero exclusivamente gracias al brío de FI, que con el 29,4% de los sufragios rozó su marca histórica de las europeas de 1994 y emuló el nivel de primacía de la DC en vísperas de su disolución, y cuyos 193 diputados suponían una ganancia de 70 con respecto a 1996. AN, LN y CCD-CDU se resintieron con respecto a 1996, siendo el más perjudicado el partido de Bossi.
El centro-izquierda se tomó como una revancha la segunda vuelta de las municipales, el 27 de mayo, cuando ganó las alcaldías de Roma, Turín y Nápoles. Este éxito, que sólo reflejaba la flexibilidad del voto de los italianos en función del tipo de consulta, fue esgrimido por Rutelli y Walter Veltroni, secretario nacional de los DS y ahora alcalde electo de Roma, como la prueba de que la Casa de las Libertades no gozaba de la hegemonía política y de que su ventaja nacional era puramente coyuntural.
El 10 de junio de 2001 Berlusconi ultimó su equipo gubernamental y al día siguiente prestó juramento como presidente del 57º Gobierno republicano desde 1946. De los 23 puestos, FI se quedó con nueve –inclusive los sensibles de Interior, para Claudio Scajola, Defensa, para Antonio Martino, y Economía y Finanzas, para Giulio Tremonti-, AN con cinco, la LN con tres, el CCD con uno y los CDU con otro. Personalidades técnicas e independientes tomaron cinco carteras, incluida la de Exteriores, para Renato Ruggiero, ex director general de la Organización Mundial de Comercio (OMC).
Las presencias, por vez primera, de Fini y Bossi en el Consejo, el primero como vicepresidente del mismo y el segundo como ministro de Reforma Institucional y Devolución, oficina ad hoc que debía involucrar al líder liguista en la ampliación del techo competencial de las regiones y hacerle olvidar sus agitaciones secesionistas, conferían un sabor intensamente político a este GobiernoBerlusconi II al tiempo que suponían una reafirmación desafiante de cara al exterior. El fidelísimo Gianni Letta retornó a la Subsecretaría de Estado adjunta a la Presidencia del Consejo. El 20 de junio el Gabinete recibió la confianza del Senado por 175 votos contra 133 y al día siguiente la Cámara de Diputados emitió el mismo aval por 351 votos contra 261. En el discurso de investidura, el nuevamente presidente del Consejo se comprometió a solucionar definitivamente las incompatibilidades entre sus negocios privados y sus responsabilidades estatales en los primeros cien días de mandato.
6. Un dinamismo legislador de signo tendencioso
Berlusconi disponía de la mayoría absoluta, pero en un país como Italia, donde los gobiernos cortos y las coaliciones tan complicadas como inestables eran prácticamente de precepto, tal base parlamentaria no constituía en modo alguno una garantía de durabilidad. Sin embargo, el líder de FI, esta vez sí, fue capaz de agotar su mandato sirviendo una legislatura íntegra de cinco años, registro que desde la época de Alcide De Gasperi medio siglo atrás nadie había conseguido igualar. Transcurrido el quinquenio, podía hablarse de hazaña, aunque el hábil equilibrismo de Berlusconi fue de lo más accidentado y, en líneas generales, dejó un poso de decepción y desencanto.
La por muchos anhelada y por otros tantos temida revolución berlusconiana, con su cohorte de promesas reformistas de fuerte sabor liberal, quedó rápidamente en entredicho por la lentitud, la cicatería e incluso la parálisis en la aplicación de los cambios. Los obstáculos eran tanto ajenos, fundamentalmente la oposición de los sindicatos, como propios, al volver a robar tiempo y energías la atención de los diversos frentes judiciales y el problema de la doble esfera de intereses de la primera fortuna del país. Luego de la temprana aprobación, en cumplimiento del programa electoral, de la supresión de los impuestos de sucesiones y donaciones, el Parlamento centró su atención legislativa en la situación financiera y judicial del primer ministro. La bajada del impuesto sobre la renta y el aumento de las pensiones mínimas quedaron aplazados ante el agrandamiento del déficit público; mientras, la economía se deterioraba rápidamente: 2001 cerró con un 1,8% de crecimiento, 1,2 puntos menos que en 2000, pero las previsiones para 2002 situaban la tasa por debajo del 1%.
La oposición denunció como oportunistas y hechos a la medida de Berlusconi y Fininvest, amén de provocar escándalo en medios jurídicos, dos proyectos de ley aprobados por las cámaras del Parlamento entre agosto y octubre de 2001; el uno, sobre la despenalización parcial del delito de falsificación de balances de sociedades; el otro, sobre el endurecimiento, con efecto retroactivo, de las condiciones para que un juez pudiera emitir una rogatoria internacional de documentos bancarios en el curso de una investigación o proceso por presunta corrupción.
En agosto de 2002 Berlusconi obtuvo del Senado la aprobación de otra ley sospechosamente favorecedora: en adelante, los encausados por la justicia iban a poder reclamar el cambio de tribunal si albergaban la "legítima sospecha" de que los magistrados adscritos a sus casos no eran imparciales y actuaban de manera tendenciosa. El primer ministro se felicitó por un proyecto de ley que garantizaba el derecho de los ciudadanos "a tener un juez justo e imparcial".
Los abogados de Berlusconi se apresuraron a invocar la nueva ley para deshacerse de los magistrados milaneses que llevaban el caso SME, pero en enero de 2003 la Corte Suprema de Casación rechazó su petición de trasladar el proceso a Brescia. Furioso, su cliente se dirigió a la televisión para denunciar su condición de víctima de una "increíble persecución judicial". La guerra entre Berlusconi y la judicatura era ya total, y en el mes de mayo, luego de caerle a Cesare Previti una condena a once años de cárcel dentro del caso SME, el primer ministro se descolgó en la RAI-2 con unas durísimas declaraciones en las que entre otras cosas se refirió a la "politización" de los jueces como "un cáncer que hay que extirpar".
El 18 de junio de 2003 el gobernante obtuvo la luz verde parlamentaria para una cuarta norma, el llamado laudo Schifani, a la que sólo le faltaba referirse en su articulado expresamente al ciudadano Berlusconi, tan evidente en sus propósitos resultaba: en lo sucesivo, los presidentes de la República, el Consejo de Ministros, la Cámara de Diputados, el Senado y el Tribunal Constitucional, es decir, las cinco máximas magistraturas del Estado, no podrían ser procesados por la justicia en el ejercicio de sus cargos.
La oposición denunció que Berlusconi únicamente buscaba blindarse, ganando tiempo hasta la prescripción de los delitos imputados, contra la apertura de juicios y eventualmente la imposición de condenas en los tres procesos que tenía abiertos, a saber: All Iberian 2 (sumario desgajado de All Iberian 1, por falseamiento de cuentas y ocultación de fondos), SME (soborno de jueces) y Fininvest (contabilidad falsa). Otro proceso que venía coleando desde tiempo atrás, el sustentado en la acusación de haber pagado en 1992 10.000 millones de liras en dinero negro al Torino para el traspaso al AC Milan del jugador Gianluigi Lentini –cantidad añadida a los 18.000 millones de liras hechos constar en el contrato oficial, que en su momento convirtió a Lentini en el futbolista más caro de la historia-, ya había concluido en noviembre de 2002 con la familiar sentencia absolutoria por prescripción de los hechos imputados.
Sin embargo, el 13 de enero de 2004, el Tribunal Constitucional, concitando la cólera en las filasforzistas, falló a favor de los recursos de inconstitucionalidad presentados por varios partidos de izquierda e invalidó el laudo Schifani con el argumento de que la concesión de inmunidad a las más altas personas del Estado vulneraba el artículo de la Carta Magna que consagra la igualdad jurídica de todos los ciudadanos.
Otra densa polvareda levantó la aprobación en diciembre de 2003 de un proyecto de ley que permitía a los grupos mediáticos poseer hasta un 20% de cuota de mercado con la suma de sus diversos productos sectoriales –televisión, radio, prensa escrita, libros, música y publicidad-, sentaba las bases para la introducción de la televisión digital terrestre, en la que obligatoriamente tendrían que emitir todas las cadenas nacionales para 2006, y abría las puertas también a la privatización gradual de la RAI.
La negativa del presidente Ciampi, sensible a las presiones de los sectores políticos y culturales que advertían contra un beneficio artero de Mediaset, a firmar la nueva Ley de Televisiones, oLey Gasparri (por el ministro aliancista de Comunicaciones, Maurizio Gasparri), porque propiciaba "posiciones dominantes" en el mercado de la publicidad televisiva y contradecía diversas sentencias constitucionales sobre la defensa del pluralismo informativo, obligó al Gobierno a modificar el texto previamente a su promulgación. Berlusconi no tuvo ambages en reconocer que perseguía una base legal para salvar a una de sus televisiones, Rete 4, de la decisión del Tribunal Constitucional de obligarla a emitir desde el 1 de enero de 2004 vía satélite en lugar de en abierto de forma analógica, lo que sin duda acarrearía a la cadena una fuerte pérdida de audiencia y de ingresos publicitarios, con el consiguiente riesgo de quiebra.
En cuanto a la regulación del régimen de incompatibilidades del primer ministro, una vez descartadas las opciones de vender sus participaciones empresariales y de nombrar un fideicomiso o gestora formado por administradores desconocidos por el propietario (blind trust), el Consejo de Ministros trabajó inicialmente sobre la vieja idea de crear un órgano independiente de tres miembros con la misión de vigilar que las decisiones del Gobierno no favorecieran los intereses empresariales de sus miembros.
Al final, el oficialismo se decantó por una solución más sencilla, pero mucho más controvertida: una ley que, simplemente, no consideraba incompatible con el ejercicio del gobierno la "mera propiedad de empresas" (a través de cuotas de capital societario y paquetes de acciones, en realidad, las verdaderas palancas del poder corporativo), sino la titularidad en ellas de cargos administrativos u honoríficos, cuya privación, en teoría, impedía la ejecución de decisiones.
Para no infringir la ley, Berlusconi tan sólo tenía que hacer una renuncia: a la presidencia del A.C. Milan; los demás cargos directivos de Fininvest ya los había repartido entre sus hijos –ahora mismo, Pier Silvio era vicepresidente de Mediaset y presidente de RTI, mientras que Marina, considerada la principal heredera del imperio empresarial, era vicepresidenta del holding y se disponía a hacerse con la presidencia de Mondadori-, amigos, abogados y otras personas de confianza. La norma fue aprobada en primera versión por la Cámara de Diputados el 28 de febrero de 2002 con el boicot airado de los partidos del centro-izquierda, pero luego se pasó más de dos años rebotando entre la Cámara baja y el Senado, controlado igualmente por la Casa de la Libertades, con el pretexto de determinados ajustes técnicos que era necesario incorporar.
El 13 de julio de 2004 los diputados de la Casa de las Libertades emitieron la aprobación definitiva y el 28 de diciembre de ese año, en vísperas de la entrada en vigor de la ley, Berlusconi puso término a 18 años de presidencia del club de fútbol, momento en el cual pudo alardear de un palmarés de lujo que incluía siete títulos nacionales de Liga, una copa de Italia, cinco supercopas de Italia, cuatro campeonatos de Europa y otras tantas supercopas de Europa.
Raro era el proyecto de ley del Gobierno que no generaba una efervescencia de opiniones contrapuestas y bronca política. El 4 de junio de 2002, luego de declarar el Gobierno el estado de emergencia ante el desembarco de cientos de refugiados kurdos en Sicilia y de reclamar su presidente una "acción inmediata y coordinada a escala europea" contra los flujos migratorios descontrolados porque de lo contrario "la llegada masiva de clandestinos nos echará de nuestro país", la Cámara de Diputados aprobó una ley que restringía el derecho de asilo, penalizaba la inmigración ilegal y endurecía las condiciones de estancia de los extranjeros ya regularizados.
Conocida como Ley Bossi-Fini, en honor a sus dos principales promotores, la norma satisfizo particularmente al líder de la LN, que había llegado a reclamar la intervención de la Armada para abordar los barcos llenos de inmigrantes ilegales en altar mar y, una vez desalojados del pasaje, mandarlos a pique a cañonazos. El centro-izquierda tildó la nueva norma de "xenófoba" y de "manifiesto del nuevo racismo y el odio social".
Mientras demoraba la bajada del impuesto sobre la renta, el Gobierno celebró como un gran éxito la nueva ley de amnistía fiscal, que consiguió repatriar decenas de miles de millones de euros en capitales exportados ilegalmente previo pago por los infractores de un impuesto-multa del 2,5%. Pero si había un punto de su programa que Berlusconi no estaba dispuesto a sacrificar –ya había claudicado en este mismo terreno en 1994- era la reforma del sistema de pensiones, que consideraba crucial para asegurar la sostenibilidad de la seguridad social italiana a un plazo no remoto en un país cuya población envejecía con celeridad. El proyecto de ley del Gobierno contemplaba el retraso de la edad de jubilación de los 57 a los 60 años (61 para los autónomos) con un mínimo de 35 años cotizados, a partir del 1 de enero de 2008.
Las principales centrales sindicales del país, la CGIL, la CISL y la UIL, se opusieron enérgicamente a la reforma de las pensiones y la primera, además, a la suspensión del artículo 18 del Estatuto de los Trabajadores que protegía contra el despido libre, medida encaminada a flexibilizar el mercado laboral y que precipitó la convocatoria por el sindicato que lideraba Sergio Cofferati de una manifestación multitudinaria en Roma el 23 de marzo de 2002. Este acto de masas fue la antesala de, nada menos, seis huelgas generales contra los recortes sociales del Gobierno y su negativa a reactivar una economía desfalleciente con masivas inyecciones de dinero público; estas olas huelguísticas en cadena tuvieron lugar en abril de 2002, octubre de 2002, octubre de 2003, marzo de 2004, noviembre de 2004 y noviembre de 2005.
Pero Berlusconi no dio su brazo a torcer: la reforma del mercado de trabajo salió adelante en febrero de 2003 con la promulgación de la llamada Ley Biagi (por su autor intelectual, el profesor Marco Biagi, asesor del Ministerio de Trabajo y bárbaramente asesinado en Bolonia el 19 de marzo de 2002 a manos de las Nuevas Brigadas Rojas), mientras que la reforma de las jubilaciones pasó el trámite parlamentario en julio de 2004.
Fuente: Fundación CIDOB