11/10/09

La Camorra: negocio de la basura

"Los mafiosos sacan dinero hasta de la basura. Mucho dinero.


Una de las grandes fuentes de ingresos de las mafias es la eliminación de residuos, cuando no su transformación, por tóxicos que sean, en compost y otros fertilizantes que envenenan campos, cosechas... y a quienes comen esos productos contaminados.

A vertederos y quemas ilegales sucedieron los proyectos para construir incineradoras de residuos. La mafia se apresuró a obtener las subcontratas de su construcción y, posteriormente, de su gestión.

El control mafioso de la construcción y mantenimiento de las incineradoras supone carecer de cualquier garantía sobre la la seguridad del proceso, tanto en lo que respecta a las consecuencias ecológicas de la quema de venenos sin control, como a su inmediata repercusión en la salud de los habitantes de la zona.

La construcción de las incineradoras en la Campania fue adjudicada, de forma muy polémica, a la empresa Impregilo. Esta, por fin, no llegó a construir las incineradoras: según la empresa, no pudo hacerlo por culpa de las protestas que se habían suscitado, aunque en realidad parece que el motivo real fue, en gran medida, la inadecuación tecnológica del proyecto.

La basura, mientras tanto invadió la Campania: toneladas y toneladas de basura. La imagen de Nápoles sepultada por la basura aparece con cierta frecuencia en los informativos de todo el mundo.

Una comisión parlamentaria de investigación sobre la llamada “Ecomafia” reveló la relación de Impregilo con algunos boss mafiosos de Cosa Nostra, como Bernardo Provenzano, Giovanni Brusca, Angelo Siino y Vincenzo Virga.

En junio de 2007, una orden judicial suspendió por un año los contratos de Impregilo –y sus empresas asociadas, como Fibe y Fisia Campania- con la administración pública".

"Saviano escribe lo siguiente sobre las alianzas formadas por la camorra y la logia P2 en torno a la gestión de residuos tóxicos:

“Vinculados a la gestión de residuos, los Bidognetti [una de las familias de la Camorra] habían forjado alianzas –según diversas investigaciones realizadas por la DDA de Nápoles en 1993 y en 2006- con la masonería derivada de la logia P2. Eliminaban ilegalmente, y a precios muy ventajosos, los residuos tóxicos de los empresarios ligados a la logia. Un sobrino de Cicciotto di Mezzanotte, Gaetano Cerci, (...) solía reunirse con mucha frecuencia para hablar de negocios directamente con Licio Gelli”

Roberto Saviano Gomorra. Un viaje al imperio económico y al sueño de poder de la Camorra, Debate, Barcelona, 2007, p. 222".

13/3/09

Avelino Arredondo

Por Jorge Luis Borges


El hecho aconteció en Montevideo, en 1897.

Cada sábado los amigos ocupaban la misma mesa lateral en el Café del Globo, a la manera de los pobres decentes que saben que no pueden mostrar su casa o que rehúyen su ámbito. Eran todos montevideanos; al principio les había costado amistarse con Arredondo, hombre de tierra adentro, que no se permitía confidencias ni hacía preguntas. Contaba poco más de veinte años; era flaco y moreno, más bien bajo y tal vez algo torpe. La cara habría sido casi anónima, si no la hubieran rescatado los ojos, a la vez dormidos y enérgicos. Dependiente de una mercería de la calle Buenos Aires, estudiaba Derecho a ratos perdidos. Cuando los otros condenaban la guerra que asolaba el país y que, según era opinión general, el presidente prolongaba por razones indignas, Arredondo se quedaba callado. También se quedaba callado cuando se burlaban de él por tacaño.

Poco después de la batalla de Cerros Blancos, Arredondo dijo a los compañeros que no lo verían por un tiempo, ya que tenía que irse a Mercedes. La noticia no inquietó a nadie. Alguien le dijo que tuviera cuidado con el gauchaje de Aparicio Saravia; Arredondo respondió, con una sonrisa, que no les tenía miedo a los blancos. El otro, que se había afiliado al partido, no dijo nada.

Más le costó decirle adiós a Clara, su novia. Lo hizo casi con las mismas palabras. Le previno que no esperara cartas, porque estaría muy atareado. Clara, que no tenía costumbre de escribir, aceptó el agregado sin protestar. Los dos se querían mucho.

Arredondo vivía en las afueras. Lo atendía una parda que llevaba el mismo apellido porque sus mayores habían sido esclavos de la familia en tiempo de la Guerra Grande. Era una mujer de toda confianza; le ordenó que dijera a cualquier persona que lo buscara que él estaba en el campo. Ya había cobrado su último sueldo en la mercería.

Se mudó a una pieza del fondo, la que daba al patio de tierra. La medida era inútil, pero lo ayudaba a iniciar esa reclusión que su voluntad le imponía.

Desde la angosta cama de fierro, en la que fue recuperando su hábito de sestear, miraba con alguna tristeza un anaquel vacío. Había vendido todos sus libros, incluso los de introducción al Derecho. No le quedaba más que una Biblia, que nunca había leído y que no concluyó.

La cursó página por página, a veces con interés y a veces con tedio, y se impuso el deber de aprender de memoria algún capítulo del Éxodo y el final del Ecclesiastés. No trataba de entender lo que iba leyendo. Era librepensador, pero no dejaba pasar una sola noche sin repetir el padrenuestro que le había prometido a su madre al venir a Montevideo. Faltar a esa promesa filial podría traerle mala suerte.

Sabía que su meta era la mañana del día veinticinco de agosto. Sabía el número preciso de días que tenía que trasponer. Una vez lograda la meta, el tiempo cesaría o, mejor dicho, nada importaba lo que aconteciera después. Esperaba la fecha como quien espera una dicha y una liberación. Había parado su reloj para no estar siempre mirándolo, pero todas las noches, al oír las doce campanadas oscuras, arrancaba una hoja del almanaque y pensaba un día menos.

Al principio quiso construir una rutina. Matear, fumar los cigarrillos negros que armaba, leer y repasar una determinada cuota de páginas, tratar de conversar con Clementina cuando ésta le traía la comida en una bandeja, repetir y adornar cierto discurso antes de apagar la candela. Hablar con Clementina, mujer ya entrada en años, no era muy fácil, porque su memoria había quedado detenida en el campo y en lo cotidiano del campo.

Disponía asimismo de un tablero de ajedrez en el que jugaba partidas desordenadas que no acertaban con el fin. Le faltaba una torre que solía suplir con una bala o con un vintén.

Para poblar el tiempo, Arredondo se hacía la pieza cada mañana con un trapo y con un escobillón y perseguía a las arañas. A la parda no le gustaba que se rebajara a esos menesteres, que eran de su gobierno y que, por lo demás, él no sabía desempeñar.

Hubiera preferido recordarse con el sol ya bien alto, pero la costumbre de hacerlo cuando clareaba pudo más que su voluntad. Extrañaba muchísimo a sus amigos y sabía sin amargura que éstos no lo extrañaban, dada su invencible reserva. Una tarde preguntó por él uno de ellos y lo despacharon desde el zaguán. La parda no lo conocía; Arredondo nunca supo quién era. Ávido lector de periódicos, le costó renunciar a esos museos de minucias efímeras. No era hombre de pensar ni de cavilar.

Sus días y sus noches eran iguales, pero le pesaban más los domingos.

A mediados de julio conjeturó que había cometido un error al parcelar el tiempo, que de cualquier modo nos lleva. Entonces dejó errar su imaginación por la dilatada tierra oriental, hoy ensangrentada, por los quebrados campos de Santa Irene, donde había remontado cometas, por cierto petiso tubiano, que ya habría muerto, por el polvo que levanta la hacienda, cuando la arrean los troperos, por la diligencia cansada que venía cada mes desde Fray Bentos con su carga de baratijas, por la bahía de La Agraciada, donde desembarcaron los Treinta y Tres, por el Hervidero, por cuchillas, montes y ríos, por el Cerro que había escalado hasta la farola, pensando que en las dos bandas del Plata no hay otro igual. Del cerro de la bahía pasó una vez al cerro del escudo y se quedó dormido.

Cada noche la virazón traía la frescura, propicia al sueño. Nunca se desveló.

Quería plenamente a su novia, pero se había dicho que un hombre no debe pensar en mujeres, sobre todo cuando le faltan. El campo lo había acostumbrado a la castidad. En cuanto al otro asunto... trataba de pensar lo menos posible en el hombre que odiaba.

El ruido de la lluvia en la azotea lo acompañaba.

Para el encarcelado o el ciego, el tiempo fluye aguas abajo, como por una leve pendiente. Al promediar su reclusión Arredondo logró más de una vez ese tiempo casi sin tiempo. En el primer patio había un aljibe con un sapo en el fondo; nunca se le ocurrió pensar que el tiempo del sapo, que linda con la eternidad, era lo que buscaba.

Cuando la fecha no estaba lejos, empezó otra vez la impaciencia. Una noche no pudo más y salió a la calle. Todo le pareció distinto y más grande. Al doblar una esquina, vio una luz y entró en un almacén. Para justificar su presencia, pidió una caña amarga. Acodados contra el mostrador de madera conversaban unos soldados. Dijo uno de ellos:

—Ustedes saben que está formalmente prohibido que se den noticias de las batallas. Ayer tarde nos ocurrió una cosa que los va a divertir. Yo y unos compañeros de cuartel pasamos frente a La Razón. Oímos desde afuera una voz que contravenía la orden. Sin perder tiempo entramos. La redacción estaba como boca de lobo, pero lo quemamos a balazos al que seguía hablando. Cuando se calló, lo buscamos para sacarlo por las patas, pero vimos que era una máquina que le dicen fonógrafo y que habla sola.

Todos se rieron.

Arredondo se había quedado escuchando. El soldado le dijo:

—¿Qué le parece el chasco, aparcero?

Arredondo guardó silencio. El del uniforme le acercó la cara y le dijo:

—Gritá en seguida: ¡Viva el Presidente de la Nación, Juan Idiarte Borda!

Arredondo no desobedeció. Entre aplausos burlones ganó la puerta. Ya en la calle lo golpeó una última injuria.

—El miedo no es sonso ni junta rabia.

Se había portado como un cobarde, pero sabía que no lo era. Volvió pausadamente a su casa.

El día veinticinco de agosto, Avelino Arredondo se recordó a las nueve pasadas. Pensó primero en Clara y sólo después en la fecha. Se dijo con alivio: Adiós a la tarea de esperar. Ya estoy en el día.

Se afeitó sin apuro y en el espejo lo enfrentó la cara de siempre. Eligió una corbata colorada y sus mejores prendas. Almorzó tarde. El cielo gris amenazaba llovizna; siempre se lo había imaginado radiante. Lo rozó un dejo de amargura al dejar para siempre la pieza húmeda. En el zaguán se cruzó con la parda y le dio los últimos pesos que le quedaban. En la chapa de la ferretería vio rombos de colores y reflexionó que durante más de dos meses no había pensado en ellos. Se encaminó a la calle de Sarandí. Era día feriado y circulaba muy poca gente.

No habían dado las tres cuando arribó a la Plaza Matriz. El Te Deum ya había concluido; un grupo de caballeros, de militares y de prelados, bajaba por las lentas gradas del templo. A primera vista, los sombreros de copa, algunos aún en la mano, los uniformes, los entorchados, las armas y las túnicas, podían crear la ilusión de que eran muchos; en realidad, no pasarían de una treintena. Arredondo, que no sentía miedo, sintió una suerte de respeto. Preguntó cuál era el presidente. Le contestaron:

—Ése que va al lado del arzobispo con la mitra y el báculo.

Sacó el revólver e hizo fuego.

Idiarte Borda dio unos pasos, cayó de bruces y dijo claramente: Estoy muerto.

Arredondo se entregó a las autoridades. Después declararía:

—Soy colorado y lo digo con todo orgullo. He dado muerte al Presidente, que traicionaba y mancillaba a nuestro partido. Rompí con los amigos y con la novia, para no complicarlos; no miré diarios para que nadie pueda decir que me han incitado. Este acto de justicia me pertenece. Ahora, que me juzguen.

Así habrán ocurrido los hechos, aunque de un modo más complejo; así puedo soñar que ocurrieron.

3/3/09

"La paz se acabó"


Dos cartas, las mismas cuatro palabras: "La pace è finita (la paz se acabó)". El mensaje, interceptado por la policía y dirigido en la cárcel a los dos últimos grandes padrinos de la Cosa Nostra (los corleoneses Totó Riina y Bernardo Provenzano), representa un seísmo en el agitado mundo mafioso. La Cosa Nostra todavía no ha encontrado el sucesor de Provenzano, detenido en abril de 2006. Aprovechando la transición, los Inzerillo, importante clan expulsado por los corleoneses en los ochenta, se están restableciendo en Sicilia desde EE UU. Y este verano se produjo en Palermo el primer homicidio de la mafia público y relevante tras una década de calma. Los fiscales antimafia temen un recrudecimiento de la violencia tras la pax mafiosa impuesta por Provenzano. 

 

"Las cartas son una señal, pero todavía tenemos que entender su valor, su autoría. Más allá de las señales, son los hechos criminales ocurridos en los últimos meses los que me preocupan", observa el fiscal antimafia Gaetano Paci, en una conversación telefónica desde Palermo. "Lo que ocurre en el terreno nos dice que se han vuelto a producir homicidios públicos entre clanes y extorsiones violentas. Hace poco, los clanes incendiaron en pleno centro de Palermo una gasolinera. Un hecho que podría haber tenido consecuencias gravísimas".

Tras la captura de Provenzano, el problema es la sucesión. "Salvatore Lo Piccolo está afirmando su liderazgo. Generalmente sin violencia, pero en algunos territorios hay fricciones", explica Paci. "Casi siempre, en la historia de la Cosa Nostra, los clanes que se han afirmado recurrieron a la violencia para consolidar su posición. Incluso contra el Estado. Son pruebas de fuerza. La situación actual, con los corleoneses diezmados, resulta en sí un motivo de preocupación, aunque de momento en Palermo no tenemos señales unívocas de que esté a punto de desatarse una guerra".

En esa óptica, otro elemento inquieta: el hallazgo de las alianzas que dos importantes miembros de la cúpula, Leoluca Bagarella y Nitto Santapaola, han dejado en sus celdas con ocasión de un intercambio de las mismas. El valor simbólico del gesto es fuerte. La mujer de Bagarella se suicidó. La de Santapaola murió en un ajuste de cuentas. Los hombres de honor no habrían dejado nunca los anillos sin un motivo importante. ¿Cuál? ¿Los anillos nupciales simbolizan una alianza entre el primero, también corleonés (centro-oeste de Sicilia), y el segundo, de Catania (este de la isla)? ¿Un pacto entre viejos líderes frente a los nuevos? ¿Entre padrinos encarcelados frente a los libres?

La vuelta de los Inzerillo desde Estados Unidos, apoyada por Salvatore Lo Piccolo, es un elemento central en las fricciones actuales. La correspondencia de Lo Piccolo con el propio Provenzano revela su papel en un asunto que ha despertado la preocupación de familias aliadas a los corleoneses, que temen una venganza de los Inzerillo por la sangre vertida en los ochenta.

Una operación llevada a cabo el 9 de agosto y cerrada con la detención de 14 miembros de su clan ha confirmado el papel de Lo Piccolo, y, en paralelo, su protagonismo también en el resurgimiento del eje Palermo-Nueva York, décadas después de los calientes años de laPizza Connection. Entonces, la conexión tenía su centro de gravedad en la droga. Ahora, más bien en el blanqueo de los ingentes capitales que los clanes obtienen de la especulación, el control de las obras públicas, y de la extorsión a los comercios.

Las cartas dirigidas a los padrinos corleoneses en la cárcel son entonces el reflejo de un conjunto de movimientos en una Cosa Nostra que busca nuevos equilibrios. Y además del mensaje escrito -"La pace è finita"-, preocupa también en Italia la imagen en la otra cara de las postales: el estadio de fútbol de Milán, San Siro.

En la guerra de la mafia contra el Estado a principios de los años noventa, uno de los atentados frustrados iba dirigido al Estadio Olímpico de Roma. Fueron ésos los años en los que murieron los magistrados Giovanni Falcone y Paolo Borsellino, y la Cosa Nostra atentó bajo el mando de Bagarella, uno de los dos padrinos protagonistas del intercambio de alianzas en Roma, Milán y Florencia, matando a decenas de civiles.

Anteriormente, la guerra desatada a principios de los años ochenta por los corleoneses contra los palermitanos por el control de la cúpula mafiosa causó alrededor de 1.000 muertos.

Entre los investigadores no hay dudas de que los clanes son conscientes de que la violencia es negativa para sus negocios, y que la idea de fondo es seguir la estrategia de la inmersión dictada por Provenzano.

Sin embargo, en la búsqueda de nuevos equilibrios existe el riesgo de que algunos roces degeneren. Más allá de Lo Piccolo, los ojos de los investigadores están dirigidos hacia Trapani, ciudad del oeste de Sicilia, y feudo del otro gran candidato a la sucesión de Provenzano: Matteo Messina Denaro.

"Nos consta que hay diálogo entre Lo Piccolo y Messina Denaro. En su ascenso, Lo Piccolo está encontrando obstáculos en la zona de Palermo, pero con Messina Denaro las relaciones son respetuosas", relata Paci. No hay conflictos territoriales, y las cuestiones interprovinciales han sido arregladas con el diálogo.

Por ello, Paci insiste: "De momento, lo que más me preocupa es lo que pasa en Palermo". Una zona en la que la extorsión, pese a los centenares de detenciones de los últimos años, sigue azotando duramente a la enorme mayoría de los comercios, según estudios de asociaciones de comerciantes.

En los años noventa, la Cosa Nostra no dudó en matar a empresarios que rechazaron pagar el pizzo, el impuesto mafioso. El recrudecimiento de la violencia en la sanción de quienes no se someten al mismo deja temer no sólo ataques entre clanes y contra los representantes de las instituciones, sino también en contra de la sociedad civil.

Signos de la Cosa Nostra

La mímica. Los padrinos sometidos a régimen de aislamiento la utilizan para dar órdenes durante los juicios

Los 'pizzini'. Billetes escritos a máquina con los que muchos mafiosos se comunican para evitar interceptaciones

Imágenes religiosas. Son quemadas durante el ritual de afiliación. El incendio simboliza el fin que le espera al mafioso que traiciona

 

18 balazos para el rey de la basura

La Camorra se resiste a tiros a ceder el negocio de los residuos en Nápoles

 


Michele Orsi, de 47 años, copropietario de la empresa de recogida de basuras Eco4, sabía demasiado. Vivía en Casal di Principe, un pueblo de 20.000 habitantes situado en la provincia de Caserta, cerca de Nápoles, el feudo de la banda camorrista más poderosa, la de los Casalesi, cuyo capo es Francesco Schiavone, Sandokán. Orsi iba a testificar el jueves ante el juez sobre los lazos que unen a políticos, empresarios, camorristas y funcionarios en torno al negocio de la basura en Campania. Sorprendentemente, el domingo le dio por pasear. No tenía escolta. Dos pistoleros se cruzaron en su camino y le pegaron 18 tiros. Le alcanzaron tres, dos en el pecho y uno en la cabeza, y Orsi se convirtió en el cuarto testigo asesinado en el último mes.

 

Siete días después, los carabineros siguen sin pistas. Como manda el guión de los asesinatos mafiosos, nadie en Casal di Principe vio ni oyó nada. Omertà absoluta.

Su muerte ha dado un giro siniestro a la crisis de la basura en Nápoles. Caserta es la zona más afectada por la emergencia que vive la región de Campania desde 1994. Además, es la ciudad natal de Roberto Saviano, el autor de Gomorra, el libro-reportaje que ha dado a conocer al mundo cómo funciona El Sistema.

Saviano, que vive bajo escolta permanente a causa de las amenazas de muerte, explicó tras el asesinato de Orsi que éste "era un empresario líder del sector de la basura que hizo millones de euros con los clanes camorristas". Su abogado, en cambio, definió al dueño de Eco4 como "una víctima que había pagado durante años 15.000 euros mensuales a la Camorra".

La razón del impuesto es que Orsi había conseguido en los últimos años los contratos para eliminar la basura en 18 lugares distintos de la región. "Él y su hermano Sergio se ocupaban de la basura de 150.000 personas", dice Maurizio Braucci, escritor napolitano y coguionista de Gomorra."Tenían contactos con políticos, con los colaboradores del comisario especial que gestiona la emergencia de las basuras y con la Camorra. Era una de las personas clave en la diabólica red de corrupción y clientelismo que se esconde tras la emergencia de las basuras en Nápoles".

Franco Roberti, jefe fiscal antimafia, lamentó tanto como la familia del difunto la muerte de Orsi. "Hemos perdido una formidable ocasión de golpear a los clanes", dijo, "había decidido hablar y denunciar las relaciones entre políticos y capos. Sus palabras habrían enfadado a mucha gente. Había muchos interesados en quitarlo de en medio".

El fiscal Roberti se quejó de que el Estado no sea capaz de proteger a los testigos antimafia de una manera eficaz. "La única forma es sacarlos del territorio controlado por la Camorra, y Orsi no pidió ser incluido en el programa que habría permitido hacerlo", explicó. El abogado reveló que, de todos modos, Orsi estaba muy asustado. "Venía a mi oficina cada día porque era el único sitio donde estaba seguro".

Parece raro que Orsi no solicitara protección. Había sido detenido en abril de 2007 en el ámbito de una gran investigación anti-Camorra, había empezado a cantar y había recibido amenazas de muerte dos meses antes de ser asesinado. Pero, según Interior, estaba todavía en el limbo de los declarantes, que no pueden acogerse al plan de protección previsto para los arrepentidos. El secretario de Estado de Interior, Alfredo Mantovano, señaló que Orsi "nunca había sido calificado como colaborador de la justicia".

Era una crítica directa a los magistrados, y un síntoma más de que la madeja de Nápoles no se explica sin un gran número de matices y de intereses cruzados. Lo que tiene el aspecto de ser una guerra entre el Estado y la Camorra, como sería lógico en un país normal, esconde otras guerras más antiguas y soterradas. Y bastante más sucias.

"La clave es entender que la batalla principal es un enorme negocio", explica Braucci. "El problema que se juega hoy nació hace 15 años, en 1994, cuando el Gobierno decidió que la emergencia de la basura en Campania fuera gestionada por un comisario especial nombrado por Roma y no por la región directamente".

Esa decisión originó, explica Braucci, la creación de un "gran número de entes, entidades, empresas y consorcios, privados y públicos, que dependían del comisario. Esa inmensa red significaba contratos de trabajo, éstos significaban clientelismo y votos a los partidos, y eso a su vez significaba corrupción".

Así nació una inmensa red de intercambio de favores que dura todavía. Y se consolidó un sistema de emergencia en la gestión de los residuos, lo que implica que en Campania, desde hace 15 años, se eliminan las basuras sin cumplir "ni las normas italianas ni las europeas", afirma Braucci. "Los jueces, con errores y buena voluntad, intentaron parar los abusos ecológicos pero los políticos lo impidieron. El negocio era tan grande que dejó de ser regional y se convirtió en nacional", sigue el escritor.

Impregilo, la más grande sociedad financiera de Italia, con sede en Milán, tuvo entre 2000 y 2005 el contrato exclusivo para eliminar los residuos de la región. "Todo el ciclo de basuras estaba en manos de su empresa FIBE", recuerda Braucci. El resultado de la gestión fue el caos y un juicio por delito ecológico. "El comisario de 2000 a 2005, Antonio Bassolino, hoy presidente regional, fue procesado con un hijo y un sobrino de Romitti, el dueño de Impregilo. Los jueces les confiscaron 750 millones que ahora les han devuelto". Durante años, las basuras urbanas fueron depositadas en los mismos basureros y vertederos utilizados por la Camorra para enterrar residuos tóxicos. La conexión Camorra-basura peligrosa venía de lejos, y se cruzó en una madeja diabólica con la emergencia de la basura urbana. En los años ochenta, la mafia napolitana había descubierto el gran negocio: ofrecer a las empresas del norte del país ocuparse de sus residuos tóxicos llevándolos al sur. "Ahí se produjo el cortocircuito. La Camorra empezó a descargar veneno en vertederos normales, y se cruzaron los caminos de los partidos, la ecomafia, el Estado y las empresas. Los ciudadanos empezaron a protestar y salió todo a la luz".

 

Contra la emergencia permanente

El viernes, el entierro de Michele Orsi coincidió en Casal di Principe con la boda del hijo delcapo mafioso Schiavone. Con la ciudad blindada por las fuerzas de seguridad, el párroco, don Delio, dio su opinión a La Repubblica: "Si han creído que con este homicidio podrán controlar todo y a todos, están equivocados. Si los casaleses no queremos que esta sangre derramada sea inútil, debemos encontrar la conciencia y reaccionar. El Estado debe imponer su sistema, estar presente con leyes concretas y penas ejemplares. Y nos toca a nosotros encontrar la fuerza y el valor de no sucumbir al miedo".

Hoy, en Nápoles, la guerra de la basura la lucha gente normal. Ecologistas, intelectuales, campesinos afectados por el envenenamiento del territorio, jóvenes, mujeres y adultos, se han rebelado contra la trampa de la emergencia permanente. Exigen que sea la región la que se ocupe de las basuras, que acabe el comisariado especial, que la recogida sea diferenciada y cumpla las normas europeas, que los jueces y fiscales puedan hacer su trabajo.

La Unión Europea ha advertido de que el decreto del Gobierno de Silvio Berlusconi, que prolonga la gestión de emergencia y planea abrir cuatro incineradoras y ocho vertederos, y militarizar esas zonas, debe ajustarse a la ley europea.

Esta semana se sabrá si el basurero de Chiaiano cumple los requisitos para empezar a recibir inmundicia. "El decreto dice que pueden depositar ahí todo tipo de basura", dice el escritor Maurizio Braucci. "Si deciden abrirlo, tendrán que disparar contra la gente".

 

'Brancaccio', la Mafia que no cesa


Un cómic retrata sin tapujos el miedo de un barrio siciliano bajo la tiranía de la ley del silencio - Sus autores denuncian los métodos de la 'omertà'

 

 

Brancaccio es un barrio de Palermo donde no existe el Estado, pero sí la ley, unas normas no escritas que no imponen ni policías, ni jueces, sino unos tipos que dan órdenes con gestos, miradas y palabras que nunca llegan a pronunciarse. Los autores sicilianos Giovanni di Gregorio, guionista, y Claudio Stassi, dibujante, han retratado en el cómic Brancaccio (Norma) ese lugar donde las peleas de perros son habituales pero no existe una comisaría y donde los servicios sociales brillan por su ausencia.

 

La historia tiene puntos en común con Gomorra,aunque afortunadamente sus autores no han tenido los problemas a los que se enfrenta Roberto Saviano, que vive escondido, sometido a una permanente amenaza de muerte de la Camorra. Sin embargo, como ocurre con el libro del napolitano, todo lo que se cuenta en sus páginas es real, todo lo que se describe ha ocurrido y, lo que es peor, sigue ocurriendo. Stassi, de 31 años, ha pasado casi toda su vida en Brancaccio y ahora reside en Palermo. Di Gregorio, palermitano de 35 años, lleva varios años afincado en Barcelona.

"Nos encargaron un cómic sobre la Mafia", explicaba Di Gregorio durante el Festival del Cómic de Angulema, el mayor encuentro europeo dedicado a los tebeos, que se clausuró el domingo en esa ciudad del centro de Francia. "Pero no queríamos contar la historia de grandes personajes, sino describir la cotidianidad, porque ése es el sustrato en el que la Mafia encuentra su fuerza, la cultura del silencio, de la pobreza y la opresión. Lo peor de la Mafia es la cultura que genera, porque ha conseguido organizar a su alrededor todo un sistema social".

"He vivido 30 años en Brancaccio", prosigue Stassi, que acaba de publicar en Italia Per questo mi chiamo Giovanni, un cómic basado en un libro de Luigi Garlando, en el que relata la historia reciente de Sicilia a través de un padre que le cuenta su hijo la vida del juez Giovanni Falcone, símbolo de la lucha anti-Mafia, asesinado en 1992. "No hemos inventado nada, todo es real. Hemos cosido, hemos montado un puzle con diferentes personajes, un niño, un ama de casa y un vendedor ambulante", prosigue. Como Pulp fiction, de Quentin Tarantino, o los filmes de Alejandro González Iñárritu y Guillermo Arriaga, esta novela gráfica relata varias historias que al final se acaban cruzando.

Una de las cosas más sutiles del tebeo es cómo logra recrear el lenguaje de la Mafia. "Es algo que conozco muy bien, porque he crecido allí. Cuando dicen 'Si no vienes, no pasa nada' después de que el mafioso local reclame ver al vendedor ambulante, en realidad está diciendo 'Si no vienes te vas a meter en un lío'. Las miradas son también esenciales, el modo en que alguien te dice que ya puedes irte o que vas a tener problemas sin pronunciar una sola palabra. De hecho, me propusieron hacer un cómic parecido sobre Nápoles y dije que no porque no conozco esos códigos", prosigue Stassi.

"Queríamos mostrar las consecuencias de los pequeños compromisos cotidianos, de cómo la gente se autoinflige la Mafia casi sin darse cuenta al respetar un sistema", asegura Di Gregorio. Se refiere a lo que la escritora siciliana Simonetta Agnello-Hornby, autora de La Mennulara, llama la mafiositá, la cultura que, ante la desconfianza que genera un Estado inexistente, conchabado con la criminalidad o corrupto (o las tres cosas), hace que sea más fácil pedir (y luego deber) un favor al otro poder.

En Brancaccio este círculo vicioso está perfectamente narrado, de hecho se trata de una historia circular sobre cómo los pequeños gestos pueden degenerar en un drama. "Movimientos como el Addio Pizzo [una organización que reúne a comerciantes que se niegan a pagar el impuesto revolucionario mafioso] son muy importantes porque demuestran que la sociedad civil puede hacer algo", explica Stassi, aunque reconoce que su impacto es todavía mínimo y que, en lugares como el barrio que describen, todos los comerciantes siguen cediendo ante la extorsión. La sutileza de Brancaccio es que todo esto está narrado a través de la mirada de un niño, del silencio amenazador de un mafioso de cuarta, del miedo de los humildes.