24/2/09

El Barón


El pasado 5 de noviembre, la prensa internacional informó de la captura del “último padrino de la mafia siciliana”, de nombre Salvatore Lo Piccolo, apodado El Barón. Sin embargo, hace más de un año, el 11 de abril de 2006, la misma prensa internacional encabezaba sus primeras planas con una noticia similar: “es detenido el último padrino de la mafia”, pero en ese entonces se refería a la captura de Bernardo Provenzano, llamado El Jefe de Jefes; quien a su vez había sustituido a otro padrino de nombre igualmente Salvatore, conocido como “Toto” Riina, quien fue aprehendido en 1993.

Muy a pesar del discurso mediático que desea proclamar el final de la cosa nostra, tal parece que en realidad no hay últimos padrinos, ni existe el tan anhelado fin de la mafia italiana. Lo que hay es una sucesión de capos o capomafias que dan permanencia a esta poderosa organización, tal como lo reconoce la prensa internacional al señalar que, después de la detención de Salvatore Lo Piccolo, se abre una “fase peligrosísisma” debido a que puede surgir una guerra entre clanes por la sucesión del puesto del padrino atrapado, en el que fugitivos como Matteo Messina Denaro, considerado también como “el último de los fugitivos mafiosos”, jefe de la familia de los trapaneses, podría intentar tomar el lugar de Lo Piccolo. Así, el círculo parece interminable.

¿Cuál es la razón de esta longevidad y fortaleza organizativa de la mafia italiana?, quizá la respuesta no sólo encuentre en la naturaleza multimillonaria de los negocios que la mafia maneja, basados en un fuerte vínculo entre el tráfico ilegal de drogas y la generación de empresas totalmente legalizadas, que complementan y cierran la cadena de lavado de dinero (dichas empresas incluyen diversos servicios públicos en las ramas de finanzas, alimentos, energía, transporte, comunicación e incluso medio ambiente, por señalar algunos). Esta combinación entre tráfico ilegal y empresas legales, es característica no sólo de las mafias italianas, sino de diversas mafias a nivel mundial.

Pero es posible que la longevidad de la mafia italiana se deba a una serie de modos de proceder que le dan a esta una importante permanencia organizacional o social. Una clave para entender dicha permanencia, que no sólo está basada en el poder de los negocios, la encontramos en la obra maestra del escritor Mario Puzo, llamada El Padrino.

En ella se da una interesante definición del primer significado que tuvo la idea de mafia, definición que se encuentra en lo profundo de su arraigo social: la palabra “mafia”, nos dice Puzo, había significado en su origen: “lugar de refugio”. Fue éste el concepto básico con el que surgen las mafias entre 1830 y 1860 en los albores de la construcción del propio Estado italiano. La mafia era el lugar de refugio que los pobres tenían para defenderse contra los terratenientes regionales, la inquisición religiosa, los gobernantes corruptos y los policías del país. En la Italia del siglo XIX “los pobres habían aprendido a no demostrar su cólera y su odio por miedo a ser aplastados por aquellas autoridades salvajes y omnipotentes”, señala Mario Puzo y prosigue describiendo esta actitud social, en su novela escrita en 1969: “…habían aprendido a no proferir amenazas, pues de hacerlo las represalias hubiesen sido inmediatas y terribles. Habían aprendido que la sociedad era su enemiga, y por ello, cuando querían justicia a causa de alguna ofensa o agravio, acudían a la organización secreta, la mafia. Y la mafia había cimentado su poder estableciendo la ley del silencio, la omertà”. Para que el sistema de justicia de la mafia contra los poderosos funcionara, la comunidad debía, ante todo, guardar la discreción, es decir, callar: el peor crimen que un hombre podía cometer contra la mafia era violar esta ley del silencio.

No podía denunciarse ante las autoridades gubernamentales ningún ajusticiamiento o asesinato ejercido por la mafia, no podía delatarse ante el ministerio público ningún crimen, aun cuando éste fuera considerado inapropiado o inequitativo; no se podían levantar acusaciones contra la decisión tomada por el capomafia en turno.

Este era el precio de poseer una justicia más cercana, más propia, más real contra los ricos y los poderosos. “La omertà se convirtió en religión de la gente”, comenta Puzo ya que “las autoridades nunca les habían dado la justicia solicitada, y en consecuencia las gentes acudían a aquella especie de Robin Hood que era la mafia. Y la mafia seguía hasta cierto punto desempeñando este papel. Ante cualquier emergencia, a quien se pedía ayuda era al capomafia local. El era su previsor social, su capitán, su protector”. La mafia italiana, pues, se fundó, paradójicamente en el anhelo de justicia y en el menosprecio popular contra los sistemas de justicia corruptos. Lo paradójico es que este anhelo social, fomentó un círculo de crueldad, imposición y miedo, tan fuerte como el que quiso combatir. La mafia utilizó el terror a extremos tan graves como los propios gobiernos autoritarios o las empresas fundamentadas en el poder impositivo.

Con el tiempo, la mafia italiana, sobre todo debido a su internacionalización desde Estados Unidos, se convirtió en un brazo ilegal de los ricos y se separó de esta primera base social arraigada en los pobres locales, volviéndose cada vez más elitista, más sanguinaria y más cruel. Pero ciertas lógicas de sus inicios han permanecido y son una parte importante que colabora en la longevidad, no sólo de la Mafia italiana sino en aquellas que copian su modelo en diversas partes del mundo.

Podemos señalar por lo menos cuatro tipos de lógicas que siguen las mafias actuales, heredadas de su antigua experiencia en relación a los pobres: la lógica de la protección de sus miembros, la lógica del silencio o la discreción como regla de lealtad, la lógica de una libertad que permanece fuera de la ley, y la lógica de pertenencia a una familia basada en favores.

La lógica de la protección de sus miembros es una de las condiciones más atrayentes que ofrecen actualmente las mafias dentro de la llamada “sociedad del riesgo” que surge con la globalización. La sensación de encontrarse seguro al pertenecer a redes de poder que abarcan gobiernos, negocios y grupos sociales, en un mundo lleno de inseguridades (como el desempleo, la marginación, la aplicación convenenciera de la ley, la violencia doméstica, etcétera), sigue siendo un imán muy atrayente para diversos estratos sociales y políticos de la población, que no desean estar a expensas ni de la delincuencia común, ni de la justicia gubernamental que es de-sigual y favoritista, ni del propio crimen organizado.

No obstante, el precio que se paga por esta protección nos lleva a la segunda lógica: el silencio y la discreción como regla de lealtad. Como antaño, quienes se encuentran ligados a la protección de las mafias deben guardar silencio y aceptar la justicia omnipotente que ejerce el capo en turno; para obtener seguridad, es necesario ofrecer sumisión a una autoridad indiscutible, inapelable e incontestable. Si este poder sentencia muerte, muerte es la que se ejecuta. Así, la protección se transforma en sumisión.

Por otra parte, la lógica de la libertad, fundada en la perspectiva de la mafia, consiste en estar fuera del sistema legal, pero estar dentro del sistema de la propia mafia. Es decir, no se trata de la libertad total de los sistemas impositivos, sino del traslado o el cambio de un sistema por otro; aparentemente pertenecer a la mafia es un paso hacia la libertad personal frente a los sistemas que sujetan al hombre común y corriente; pero esta supuesta libertad, poco a poco se convierte en un paso hacia una nueva esclavitud. Y esta esclavitud inicia en la lógica de pertenencia a una familia basada en favores, una vez que alguien ha pedido y recibido un favor de la organización mafiosa –de la familia– debe estar dispuesto a pagarlo en los términos que establezca dicha organización. Si bien, en la práctica más elegante que propone la mafia, según Mario Puzo, “no se le obliga a nadie a pagar un favor haciendo lo que no quiere”, lo cierto es que cualquiera que sea la forma en que se exija el pago de un favor, ésta evaluará, ante todo, el beneficio de la cosa nostra, antes que el bienestar de quien paga el favor. El pagador de un favor no existe como persona, sino sólo como ejecutor del pago demandado. Si falla en ello, ofende a la familia y firma su sentencia.

En síntesis: el actuar mafioso no podrá desaparecer, mientras los sistemas legales sigan siendo corruptos e ineficientes. La mafia seguirá presentándose como una derivación de la propia corrupción de los sistemas legales. Se necesita una justicia efectiva, una democracia efectiva y una libertad efectiva, para poder hablar del fin, del verdadero fin, de la mafia . Se necesita advenimiento de la verdad, como estilo de gobierno, para proclamar la captura del último Padrino de la Mafia.


MARIO EDGAR LÓPEZ RAMÍREZ

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